Una flor de llanto: Cheo
Castillos de arena regresan al mar, el amor sincero no muere jamás. (“Castillos de arena”) L a recogía en el supermercado Villa Andalucía y de seguro ya la habríamos escuchado varias veces, en la radio, en los casetes, en el Panasonic de la casa. “Amada mía” era el mejor susurro que mi deseo adolescente podía robarle a la máquina de la salsa. Besarla luego, bajos sus acordes, era hacer del cuerpo la cámara de resonancias de una porfía; entre su lengua y la del sonero un oído parpadeaba como la lengua de una serpiente. Qué doble embeleso entre luces, sombras, estacionamientos, cristales condensados y un portón con un candado que siempre decía adiós. Cuando uno no sabía hablar de amores (si es que alguna vez eso se aprende) los silencios y los balbuceos tenían una razón de ser ante esa dicción melodiosa y bronca que además se acompañaba de dos sílabas como un uno dos, como las manos de un pegador fulminante, como un susurro: Cheo. Héctor Lavoe en “El cant