Una flor de llanto: Cheo


cheo-feliciano
Castillos de arena
regresan al mar,
el amor sincero
no muere jamás.
(“Castillos de arena”)

La recogía en el supermercado Villa Andalucía y de seguro ya la habríamos escuchado varias veces, en la radio, en los casetes, en el Panasonic de la casa. “Amada mía” era el mejor susurro que mi deseo adolescente podía robarle a la máquina de la salsa. Besarla luego, bajos sus acordes, era hacer del cuerpo la cámara de resonancias de una porfía; entre su lengua y la del sonero un oído parpadeaba como la lengua de una serpiente. Qué doble embeleso entre luces, sombras, estacionamientos, cristales condensados y un portón con un candado que siempre decía adiós. Cuando uno no sabía hablar de amores (si es que alguna vez eso se aprende) los silencios y los balbuceos tenían una razón de ser ante esa dicción melodiosa y bronca que además se acompañaba de dos sílabas como un uno dos, como las manos de un pegador fulminante, como un susurro: Cheo.

Héctor Lavoe en “El cantante” ha dejado inscritos los nombres del sabor y el plante salsero. Allí está el código para la fácil-dificultad del cantar salsero, además de que nos dejó la vara con la que el “Cantante de los cantantes” deseaba ser medido. Estos son sus verdaderos pares: “Mi saludo a Celia, Rivera, Feliciano, esos son grandes cantores. Coro: Hoy te dedico mis mejores pregones./ Ellos cantan de verdad/ siempre ponen a gozar a la gente./ Coro: Hoy te dedico mis mejores pregones/ Escuchen bien su cantar/ aprendan de los mejores.” Hasta ayer, Cheo era el único que desde el lado de acá de la grabación podía devolverle el saludo a Lavoe con su voz, en vida. Hoy, allí los verán: Héctor Lavoe, Ismael Rivera, Celia Cruz y Cheo Feliciano, cuatro titanes custodian el pabellón de los salseros muertos.
sentimiento tu

El silencio, el silencio atroz que me obliga a darle play, una y otra vez, a sus discos. Estas lágrimas, estas lágrimas que insisten y me recuerdan a aquel Cheo lloroso del 2006 ante el cuerpo muerto de Celia. Mis sollozos ante mi familia, desconsolado. ¿Por qué esto otra vez, sin aviso? Mi resistencia consciente a verlo en días recientes, mi negativa deliberada a escucharlo en su última presentación… Ná, ese que se murió no es Cheo. Embuste, eso es otro plan piloto del ELA. Qué va, quedao voy, quedao estoy con mi caratulita del 1980. Yo sé que el Cheo de Sentimiento, tú, ese que apunta con el dedo hacia nosotros, lo hacía solamente para mí. A mí me dedicaba el disco. El sentimiento era “yo”.  Mía era esa sonrisa, y el “tú” me correspondía por derecho de escucha, ese “tú” me nombraba. No podía ser de otra manera, sobre todo, cuando mi amor servía la mirada cómplice luego de lo que acababa de suceder entre las palabras.
Como Tito Rodríguez, la dicción de Cheo recorría esa brumosa línea donde el canto y el decir se prestan el cuerpo: el abrazo de telas y suculencias que lo hace indistinguible de nuestras querencias y memorias, el abrazo acústico que lo ciñe de belleza y dulzura. Por eso vibran tan próximas sus palabras, tan efectivas sus exclamaciones. El habla de Cheo entre las canciones o al final de ellas era el trazo mismo de un acuerdo, de una sintonía afectiva, la confirmación de que usted no se acaba de inventar lo que sin duda ha sentido entre las imágenes que solo su voz dispone cual caverna zalamera.
No, no, no, no puedo y no quiero ensayar esa escritura. Estoy furioso, hecho mierda, encojonao, sin consuelo. Odio los postes, odio sus 78 años, odio las 4 y pico de la mañana, odio la carretera 176, odio el Jaguar, odio a Cupey, odio los que saben quién era, odio los especiales del Banco Popular, odio los que supieron su sabor, odio los que le dijeron tecato antes, viejito después, odio la estupidez de no ponerse el cinturón, odio a los periodistas (esto no es muy difícil), odio mis posteos en Facebook, odio (siempre) al aparato policiaco y ante todos odio esos letreros obscenos que quedan al pie de la carretera donde él dejo de respirar.  Gabriel García M ¿Who?  Esto se me pasará, no tengo escapatoria. Ya voy.

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