Amaratada, Yara Liceaga-Rojas
(Los cangrejos baten palancas ante el envío crustáceo de
la Liceaga-Rojas a nuestro blog. Boca del cangrejo (aka) Manglaria emerge pausado de su latencia, como esa criatura que en el litoral excava su vida otra. Se despejan
arenas para el luto de la poeta de cara al mar. lbm)
Del libro inédito Amaratada
Yara Liceaga-Rojas
voy a tu encuentro sal
Madre
dicen los niños cuando estamos sumergidos, chapoteando
mirando al lugar donde te dejamos
de espaldas a la Villa Pesquera
dicen que ya debes haber llegado a China con la boca
diciendo peces
palabras saladas haciendo corales de viento
recorriendo el planeta
como deseos animados labor de dibujos de agua
dicen China como medida de distancia
extendiéndote
en su mente y la idea del infinito que se filtra por lo dedos
cuando hacemos una cacerolita con las manos
con el reguero tuyo
líquido que dispersa a donde fuiste lanzada
cenicienta, particulada
dicen China y no esfera, alimento o distancia
voy a tu encuentro sargazo
mi cabello duro y ondulado y prueba de que soy
animal salitre
brocado de óxido en una memoria de mar
como una cosa que duele y que deja una marca morada
en la mirada
como el pus borde de los días pero que no busca sanar
supurando
regresa en el salitre hacia mis labios
Mami
yo te bebo en otra óptica antropofágica
te devuelves a mis poros
porque ahora eres tú el océano
tú
regalo
mineral y calcio
tú y tu pleno conocimiento de
los cuerpos de agua abierto ahora para siempre
sobre
la marejada
hecha
cementerio líquido
sin
que conozcamos nada de aquel poeta francés que lo había planteado antes
siempre
me acerco
a
tu entuentro
Ma
hecha
cantos
particularmente este cloruro
de sodio que soy en otro deseo donde te formas
de
tu forma
siluetada
sales de mi cabeza animal marino a verme
y
yo quieta, tranquila, cierro los ojos los aprieto fuerte como diciendo sí sí
quiero
verte
oleaje
y espumada
quiero
verte en calma y quiero no verte en calma
hoy
sencillamente
quiero
verte
********
yo
no sé de dónde te salía aquel deseo
1:20,000
aquella
escala sin medida aprehensible
en
mi cabeza
al
menos en mi entendimiento
yo
no entendía nunca por qué querías quedar en ceniza ante tu muerte
y
correrte sobre el agua salada de la playa
el
único recuerdo que nos ata a ti y a mí al mar
es la vez aquella que la arena
se tragó tu cadenita fina que cargaba una mariposa diminuta
de
no sé cuántos kilates que te gustaba tanto y que había caído de mi mano
para
desaparecer
nunca
se nos olvidó esa anécdota
tu
especialidad hidrológica-hidráulica contrastaba con tu incapacidad para nadar
así
que yo no entendía aquel deseo
de agua
de hacerte el cuerpo en agua
después de ser
e imagino que de tanto
estudiarlo
de tanto insistir en el
respeto y la admiración por el mismo
se te volvió tu nombre líquido
el caso es que el día que te
fuimos a dispersar por el agua
nos fuimos a una de las puntas
rocosas frente a casa
en el norte que fue nuestra
casa isleña
y era tan común ese día, Mami,
tan común que no te lo imaginas
y era lo que más temía, esa
normalidad
aunque yo sintiera que desde entonces algo se había
dislocado en el paisaje
algo se había jodido
irremediablemente
por dentro de mí cuando soy el
paisaje
y al verter tus cenizas, la
porción que me tocaba, eñangotada
-te repartimos entre todos los
presentes-
esperando a que regresara la
ola exacta que te anclara para siempre al viaje
quisiste, Mami, fundirte con
el viento
que traía hacia mí el agua
o
un querer abrazarme mineral por las piernas
como
una perreta
una
última vez
******
hay
días que hago así con la mente y me sale un recuerdo tuyo casi táctil
como
si te pudiera llamar tan fácil y hablar de cualquier estupidez
de
algo bobo
de
algo intrascendente
pero saber que contestas el
teléfono y en efecto eres tú al otro lado de esta vida
ahora
que estás
sobre
las boquitas de fauna marina por descubrir
profunda
mente
deletreándote de agua
como
si el mar fuera estar dentro de mí
forrada
de tu nombre la espera
voy
a tu encuentro cuando me sumerjo y pongo la carita como si fuera un
sumergible
una
nave pesada que llega hasta el punto en donde
todavía
puede respirar
abandono
el cuerpo en la densidad líquida con la cabeza para atrás
echada
sobre ti
escucho
lo que dices con las orejas bajo el agua
tu
canción
que
es el alma acuosa
del
encuentro
“La cabuya del mar: Madre y muerte en tres poemas
de Yara Liceaga”
Al amar atada, atada al cuerpo
desaparecido y cenizo de la madre, sujeta en el litoral, la escritura de
Liceaga trabaja con un golpe que ya se amorata. En la costa, entonces, amor-atada al cuerpo de la madre muerta. El
moratón que deja la muerte es el comienzo del poema como levantamiento
de un paisaje marino que nos devuelva a la Madre. La posibilidad de un sobo marino, de un sobo de Mami. El tríptico de Liceaga insiste en querer hacer visible lo que ahora sólo es extensión y
sensorialidad en la costa.
La muerte es el daño que le impide al ojo la
transparencia o una visión en las antípodas de la resurrección. El duelo, el luto
marino necesita cogerle el sabor al salitre, saberle su saber y su sabor ahora
que Ella es parte de las aguas: la corrosión y el espumeo conforma un sarcófago
inverosímil y el poema es el llamado de la hija a las aguas. La muerte de la
madre le niega a la poeta el perfil de una querencia cotidiana pero justo ahí
insiste en hacerse imagen y poiesis
para otra cotidianidad.
A la playa puertorriqueña Liceaga no va a
denostar bibliotecas, a leer banalidades o a contribuir a ese goce imperioso
que nunca recoge el caldero de aluminio o el pamper cagao. Liceaga va a la playa a leer la hoja del mar,
el piélago que recibiera el cuerpo muerto de la madre. El mar no exhibe un
promontorio. La mar es bruma, rumoreo y
escucha. La madre: partícula que en la
boca prueba la colirrubia.
En la playa del luto, la poeta, madre también,
escribe el devenir marino de la madre muerta e incinerada, el devenir imagen de
un cuerpo que la poeta desea palpar de nuevo en el litoral. Pero la mar sólo
ofrece su gesto acuático, su inquietud contrariada, la paz incierta de la ola y
la arena que entregada la cercanía ya la retira.Darle el cuerpo, entonces, a la mar: meterse.
Madre archipelágica archi-pélagos, madre cuyo conocimiento carnal de la “verdad del
mar” ha dejado en la isla a otra madre que ahora ensaya su cuerpo vivo en el litoral. El poema es el intento por recuperar la
perceptiva que presenció, amó y ama a la madre. El poema es el intento de volver a ese
vientre, de recomponer al espacio de los encuentros y las conversaciones. A
la altura de sus tobillos, eñangotada, echada sobre ella, con las orejas bajo
el agua, con la cabeza para atrás, la
escritura busca lo que la mar sólo entregará en resaca, en ola, en retirada, en saturación.
Mirar
desde abajo a la madre es con todo rigor el lugar subjetivo que pierde la hija con la muerte de su madre, el punto de emanación del llanto, el espejo roto o el lugar que la madre nos diera al
levantarnos. Rota y atada (por el momento) al mar pero acechada por la fuga que
despierta esa submarina escucha sin palabras, con la cabeza sumergida, a la
misma altura de los cangrejos, la voz contempla su orilla.
Bienvenida, animal salitre, así con la mente
dicen.
Juan
Carlos Quintero-Herencia