Obertura 2

No voy a seguir conversando de esto contigo, Novas. Las razones que tienes para irte son las mías con la diferencia que a ti no te han encargado enterrar el cadáver de un hermoso joven que lleva congelado más de treinta años fuera de su país. Todo lo debo resolver antes de llegar a Miami. Si no fuera un maldito asunto familiar del año de las castañas, con el que mi familia me clava una vez más, ya me hubiera zapateado el tostonete. “Juan Carlos” alcanzó a oír de la boca de Lojendio mientras éste corría no sabe si molesto o resignado hacia la salida de la Biblioteca. Todo tiene su final, nada dura para siempre. Tenemos que recordar que no existe eternidad sentenció lloroso Héctor Lavoe. Novas estuvo a punto de perder la tabla pero otra vez fue un libro y la certeza de que tarde o temprano tendría que ayudar a enterrar aquello que Lojendio cargaba o inventar alguna envoltura a partir de ese cuerpo. Lo que le permitió descubrir la solución a los casi 7,000 dólares que le costaría la ceremonia religiosa estaba de algún modo en lo que leía: “Idea de la muerte El ángel de la muerte, que en ciertas leyendas se llama Samael y con el que se cuenta que el mismo Moisés tuvo que luchar, es el lenguaje. Aquél nos anuncia la muerte —¿qué otra cosa hace el lenguaje? Pero es precisamente este hecho lo que nos hace tan difícil morir. Desde tiempos inmemoriales, desde los inicios de la historia, la humanidad está en lucha con el ángel, para arrancarle el secreto que él se limita a anunciar. Mas de sus manos pueriles se puede obtener tan sólo esa anunciación, que de todos modos el había venido a traernos. De esto el ángel no tiene la culpa, y sólo aquel que entiende la inocencia del lenguaje comprende al mismo tiempo el verdadero sentido de esa anunciación y puede aprender a morir.” Giorgio Agamben, Idea de la prosa. Novas creía haber visto a esa criatura en una película reciente. Era más o menos de época y ya los nazis huían derrotados. Samael era un demonio infernal, mezcla formidable de jabalí y pulpo, gato y lobo que destrozaba a sus oponentes sin pausa alguna. Había sido resucitado de un frasco con arenas y un viejo manuscrito por un musculoso Rasputín que lo había robado de un museo y lo traería a la vida con plegarias y la sangre de un idiota. El secreto que este ángel guardaba era su viscoso cuerpo que aunque fuese destruido siempre dejaba tras de sí un humor, un vaporizo que sólo necesitaba de la humedad para re-ensamblarse y comenzar a desovar unas criaturas gelatinosas idénticas a él. No decía palabra alguna. De su boca atroz salía un rugido imposible, sin duda confeccionado por los efectos de sonido de la actualidad. Sería derrotado por un fuego demasiado humano que habría de desecar todo a su alrededor. Ninguno de los personajes principales deseaba morir, mucho menos aprender a hacerlo. Novas siempre supo que las manchas de la luna fueron dejadas allí por la mierda de este demonio.

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