El hermano de Cortázar
La participación en las discusiones públicas de la Revolución cubana produjo un extraño efecto discursivo entre muchos de los que allí enunciaban. Estar, de algún modo, en el locus cubano significó para numerosos intelectuales creer, dar por cierto, que participaban en una fase definitiva del Tiempo utópico americano. Esta creencia se manifestó o será registrada por algunos de sus testigos a través de un incesante discurso espacial que insistía en lo esplendente y en la superioridad de un sol histórico que reeditaba en Cuba un calendario y un aparato óptico con el que “seríamos” capaz de identificar moralmente no sólo “quiénes éramos”, sino quiénes eran “nuestra familia”, y claro está, quiénes eran “nuestros amigos y nuestros enemigos”. La quemadura y la iluminación, la fulguración que “revelaba” esta experiencia revolucionaria inscribió algunas de las palabras y las voluntades públicas del intelectual, del escritor que pasaba por la Isla.1 Durante los años sesenta en Cuba, incontables autores cubanos y extranjeros no evitaron compungirse y hasta llegaron a hacer actos de contrición en un escenario político que parecía exigirles constantes y evidentes declaraciones en torno a sus “motivos” o su “procedencia”. Tampoco faltaron voces obsesionadas por calificar su labor intelectual a contraluz de un escenario “público” que terminaría cristalizando los flujos y, finalmente, cancelando dicho espacio para “lo público.” Al finalizar la década cualquier "toma de posición" ante el “asunto cubano” se encontraría tensada por una polar topografía bélica que empobrecería el diálogo de poéticas y políticas.
Hasta el día de hoy son muchos los gestos de enunciación política que ante la situación cubana incorporan la binariedad y simpleza moral de un discurso institucional que precisamente en Cuba solidificó “los designios de lo histórico”. Sin embargo, durante los primeros años de la Revolución, iniciar el viaje hacia la Isla revolucionada también representó, para considerables intelectuales, no sólo una escala imprescindible para descifrar el sentido utópico de su “latinoamericanidad”, sino una zona donde experimentar con los límites de sus creencias, poéticas y hasta los modos de habitar su propia subjetividad nacional.
No creo descubrir el mar Caribe cuando señalo que el sujeto viviente llamado Cortázar tensó un arco con la institucionalidad oficial cubana que fue de su “deslumbramiento latinoamericano”, una suerte de epifanía del converso a partir de su primera visita a Cuba en 1962, hasta sus desacuerdos, distancias y las desazones surgidas a partir de los “casos Padillas” en 1968 y 1971 respectivamente. Textualmente este arco podría ser desplegado también con la lectura de su decisivo ensayo “Algunos aspectos del cuento" leído y publicado en la revista Casa de las Américas el 1962, donde Cortázar además de especificar la impronta utópica que conforma su escritura, propone rastrear el carácter político del oficio literario como una colocación doble, del autor con su texto y del escritor en su época.2 Luego, el revelador relato “Reunión” editado en la colección Todos los fuegos el fuego (1966), donde el narrador cortazariano asume en primera persona la voz del Che Guevara y ficcionaliza, alterando por supuesto los nombres de los protagonistas, una serie de episodios recogidos en los “Pasajes de la guerra revolucionaria” (1970) escritos por Guevara. Y finalmente el lamentable, pero igual sugerente poema “Policrítica a la hora de los chacales” (1971) en el cual Cortázar salta a la poesía para intentar exponer las razones de su posición ante la crisis de legitimidad que sufrió el orden institucional cubano con el encarcelamiento y el montaje público de la “autocrítica intelectual y política” llevada a cabo por y contra el poeta Heberto Padilla.3
Hasta su muerte, la sostenida colaboración de Cortázar con Casa de las Américas no estuvo exenta de paradojas y diferendos como tampoco faltaron contrariedades y silencios penosos. Creo importante subrayar que la sostenida voluntad lúdica que recorre la poética de Cortázar encuentra en Cuba un serio reto a sus posibilidades de sentido. El avatar utópico en Cuba fue vivido por Cortázar como un nacimiento, como una llegada al mundo en un escenario diferente. Particularmente, Cortázar llamó su paradigmático primer viaje a Cuba en 1962, un catártico despertar “a la realidad latinoamericana”. Este redescubrimiento de su “latinoamericanidad” tiene los visos, por igual, de una concepción epifánica de las implicaciones éticas de su propio proceso escritural, como también devela las marcas discursivas propias de las iluminaciones o las nomenclaturas que manejan algunas creencias religiosas o espirituales:
Le decía, y lo he dicho muchas veces: en realidad lo que me despertó a mí a la realidad latinoamericana fue Cuba.
—¿Por qué? [le pregunta Ernesto González Bermejo]
Por una razón bastante sencilla. Ese proceso que, en un plano más privado se había iniciado aquí en París conmigo en la época de El Perseguidor y de Rayuela, esa especie de descubrimiento del prójimo y, por extensión, descubrimiento de la humanidad humillada, ofendida, alienada, ese abrirme de pronto a una serie de cosas que para mí hasta entonces no habrían pasado de ser simples telegramas de prensa […] desemboca en un decirme: “bueno, hay que hacer algo”, y tratar de hacerlo.4
Podría añadirse, al vuelo, que la apuesta cortazariana por la Revolución sandinista fue un último intento por re-editar eso que Cuba había representado para tantos intelectuales latinoamericanos: la posibilidad de ser testigos de la llegada de un “tiempo americano.” A esos escenarios se acudía para aplacar esa voz que decía “hay que hacer algo”. Escuchar la voz interna que interpela y obliga al desplazamiento, que obliga a la acción es una escena textual que no debe subestimarse y cuya opacidad es, por igual, ineluctable como trucosa. Pues ¿quién o más bien qué cosa habla allí? ¿Quién es ese otro yo, de quién es esa voz que me exige actuar? ¿De dónde proviene? Adelanto que esa escena de una escucha ética e histórica de la voz del mandato a la acción resonará con demasiada fuerza en la escucha de la palabra que deviene literaria en el Cortázar que piensa los sentidos que abría Cuba para la Historia. Parece la escucha de la Ley familiar.
Julio Cortázar el mismo año de la muerte del Che incluye, en una carta a Roberto Fernández Retamar, un poema titulado “Che” y que me parece debe ser leído junto al antes mencionado cuento “Reunión”:
Yo tuve un hermano.
No nos vimos nunca
pero no importaba.
Yo tuve un hermano
que iba por los montes
mientras yo dormía.
Lo quise a mi modo
le tomé su voz
libre como el agua,
caminé de a ratos
cerca de su sombra
No nos vimos nunca
pero no importaba,
mi hermano despierto
mientras yo dormía,
mi hermano mostrándome
detrás de la noche
su estrella elegida.5
El poema es una escenificación de esta paralela alteridad entre el Che y Cortázar, más bien la puesta en escena de una paradójica familiaridad, la desencontrada condición familiar de estos hermanos. El poema es, también, el registro del desencuentro al que están condenados dos tipos de viajeros, dos productores de signos, dos emisores de señales: el guerrillero y el escritor. Aunque la voz desestima la no coincidencia, la falta de reconocimiento entre los hermanos, el poema se organiza a partir del desencuentro de miradas y desplazamientos que hechiza la voz del mismo. El desencuentro es doble, primero espacial, luego de tiempos y “luces”, finalmente devendrá moral. El poema gira sobre ese diferendo (entre la voz del “yo” y la voz ausente del “hermano”) que funciona paradójicamente como una cercanía y como la grieta donde se pierde una familiaridad imposible que no se colma ni se aplaca pues no deja de reconstituirse en la voz del poema. La vocación topográfica, la itinerante vigilia del Che, su actividad luminosa en la noche coincide con la noche de sueño del autor. En la noche el escritor no es lo que el guerrero es a perpetuidad: la conciencia del acto. Mientras de día, las acciones “invisibles” del guerrero inscriben su sombra, la opacidad de su haber pasado ya por los derroteros del escritor. En la noche, sin embargo, los dos viajeros comparten, sin coincidir en el mismo espacio, otros sentidos del “sueño” entendido ahora como utopía.
El sueño del poema es un extraño tiempo doble, un pasado y una contemporaneidad, una utopía y una pérdida de la vigilia. Ese sueño metaforiza lo que Cortázar nominaba en otro registro como ese pasado personal, privado, de su escritura cuando no tenía conciencia de la otredad tanto del prójimo como de su latinoamericanidad . Esta conciencia de lo otro es lo que “despierta” en Cuba. En el poema, además, la posibilidad abierta por la Revolución cubana para la escritura cortazariana se articula a través de esa querencia que le permitió “tomarle la voz” al héroe. Tomarle la voz, claro, en un primero momento implica reconfigurar la relación de autoridad o jerarquía con el héroe; tutearlo, hacerlo un compañero íntimo, próximo.
Esa toma de la voz se refiere al juego de máscaras, a la habitación del yo de Guevara por el yo cortazariano que conforma el cuento “Reunión”, donde el Che se convierte en el punto de vista del relato. El Che allí desaparece como identidad histórica claramente reconocible para devenir personaje en la historia del narrador argentino. De igual manera, el yo del narrador pasa a ser el yo del guerrillero. Esta literaturización de algunos de los “pasajes de la guerra revolucionaria” se logra gracias al enmascaramiento y a la apropiación de voces que le permite a un sujeto literario estar allí en la Sierra Maestra reunido con los guerrilleros días antes del triunfo revolucionario. La familiaridad, lo familiar de esta “reunión”, sin embargo, es el despliegue de una técnica de experimentación para una voz narrativa que aquí visita, de otro modo, el registro de la fantasía. Pugnar con esa “primera persona” para Cortázar en muchísimas ocasiones significaba trabajar con el registro mismo de los poderes éticos de lo fantástico, de la efectividad transformadora de ese relato breve que se emancipaba de su propio autor. La utopía política del relato “Reunión”, por su parte, es la apertura de un espacio literario para el magisterio indiscutible del paradigma guerrillero; simbolizar para la letra ese más allá de lo personal que es el guerrero en la Sierra Maestra. Más allá de la épica y de la propiedad, el devenir literario de los héroes volverán, por igual, asequibles como edificantes sus ejecutorias en la historia.
La utopía cortazariana allí quisiera disolver, a nuestro entender, una falsa oposición de legitimidades entre voz imaginaria y acción política. Para Cortázar se trataba de hacer un relato en primera persona, que “despersonalizara” al Che y sin embargo volviera su perfil ético y heroico indistinto y cercano a la persona narrativa de Cortázar o de sus lectores. En la misma lógica, Cortázar despersonaliza su voz “meramente literaria” y la “eleva” a la montaña donde actúan los Héroes a nombre de la colectividad humana.6
De vuelta al poema, ante el asesinato del Che la voz se ensombrece y ahora la “familiaridad” es asunto de la casa familiar, del hogar americano desocupado, desquiciado por la fatalidad. De hecho, ante la muerte del Che, Cortázar insistirá otra vez en la imposible ocupación de su texto por la voz del hermano. En particular, la muerte del Guevara avergüenza al escritor, lo hace aparentemente degradar su voz o inservible parece ofrendársela al hermano-héroe muerto. Escribir ante la muerte del héroe es para Cortázar la transformación epifánica de las nominaciones, la contundencia auroral de una manifestación de lo tremendo, de lo imposible, la sobrevida, la eternidad del muerto entre los vivos:
Pido lo imposible—dirá en el número 46 (enero-febrero 1968) de la Casa dedicado al Che tras su muerte— lo más inmerecido, lo que me atreví a hacer una vez cuando él vivía: pido que sea su voz la que se asome aquí, que sea su mano la que escriba estas letras. […] Usa entonces mi mano una vez más, hermano mío, de nada les habrá valido cortarte los dedos, de nada les habrá valido matarte y esconderte con sus torpes astucias. Toma, escribe: lo que me quede por decir y por hacer lo diré y lo haré siempre contigo a mi lado. Sólo así tendrá sentido seguir viviendo.7
En verdad la posible política de la escritura es, en este momento doloroso, una suerte de encantamiento ritual, el intento de hechizar el lenguaje a través de un llamado a ese fantasma del sentido pleno que es el Che. Para este Cortázar se trata de entregarse, de dejarse poseer por el Verbo del otro. ¿Necesitaremos las mayúsculas para asomarnos al lugar sacramental que recaman estas palabras? Esta puesta en escena de un llamado, es una réplica o la reproducción del mandato que el autor inscribe en el cuerpo del muerto. Allí se declara la disposición del sujeto literario a dar el cuerpo de su texto y dicha entrega está demasiado preocupada por demostrar la disponibilidad de su escritura y sobre todo de asegurarle al muerto su lealtad ante la orden que inauguraría su martirio.
La escritura en el poema quedará asociada con una zona que carece de los poderes de la "revelación" o como un territorio dominado por el embotamiento, el no saber y la languidez propia del sueño. La crisis espiritual yace alojada en la mirada del poeta que ahora contempla esas enigmáticas señales del Che. Su estar despierto, su develación de la luz, de la estrella de su utópica latinoamericanidad, su más allá ético es el reto ante el cual Cortázar se sabe desencontrado o ausente. La forma de esta materialización de lo político en la figura del hermano iluminado parece cuestionar la moralidad de los traslados del cuerpo poético, la capacidad nominadora del Cortázar caminante o dormido. Nos parece que este poema intenta un diálogo íntimo con una figura de autoridad ante la cual el trabajo literario viene recubierto con los tonos de la vergüenza.8
Cortázar con el poema asumía una posición en la que iba envuelta la pérdida de una autoridad o la concesión de su voz literaria. Lo que siempre resulta preocupante de esta toma de posición, de las declaraciones de principios, de los modos de intervención “radical” que consignan que la verdad, que la realidad en ciertas instancias desaloja a la letra de sus pretensiones de sentido, es la peculiar certidumbre de las significaciones de lo político o de lo verdadero que, en ocasiones, manejan sus portavoces. Esa creencia es cercana a la absoluta certeza que compartieron muchísimos intelectuales que asistieron (e insisten en asistir, claro, a distancia) al espectáculo cubano, y que en su momento se expresaron ante las maneras con las que una peculiar experiencia sacrificial volvía transparentes las formas de lo político, de lo moral y hasta de lo histórico. De este modo ese abrirse al otro, llámese el prójimo o el “nosotros latinoamericano” que Cortázar experimenta en Cuba como revelación, devendrá una relación con la mismidad guerrera, una relación espectral de deuda con el mandato de lo familiar donde no cabe una pregunta pero sí el silencio. Es allí en Cuba, donde echarán a caminar las naturalizaciones e imposiciones institucionales del pacto guerrero con la muerte, y donde Cortázar confunde la especificidad de la literatura con un espacio subordinado, dedicado a producir suplentes de “lo real” o como el doble textual donde una Política Revolucionaria inscribiría su autoridad. El autor depone así una intervención política de lo literario como una forma estética de lo revolucionario, como un escenario alterno y una modalidad de la praxis con otro horizonte de sentidos a favor de la plenitud sacra del héroe muerto. Una imagen de la Revolución como un trabajo supremo sobre la Historia, una intervención máxima que imanta otros tiempos, que convoca a esos Tiempos a regresar, a revolverse, desaloja la otra imagen de lo revolucionario como una cancelación de las cronologías, de las normatividades, como una exposición de lo innombrable y su fiesta. La temporalidad de esta intervención política de lo literario es distinta, digamos que no remite, ni anuncia otro tiempo necesariamente mejor, no preludia el advenimiento de otro orden como lo piensan algunas políticas. La supeditación de las heterogeneidades de la política a los endeudamientos pesados de las gestas y a la palabra de los grandes líderes y los buenos hombres sublevados que bajan de las montañas, terminan espantando las bestias, la pequeñez de algunas criaturas sonrientes y obscenas que se agitaban en los libros del Cronopio.
Juan Carlos Quintero Herencia. Fragmento tomado de Explicación de Textos Literarios vol. XXXII 1 &2. Double issue (2003-2006): 8-21.
Notas
1 Esta metaforicidad es discutida en mi estudio Fulguración del espacio. Letras e imaginario institucional de la Revolución cubana (1960-1971).
2 "Contrariamente al estrecho criterio de muchos que confunden literatura con pedagogía, literatura con enseñanza, literatura como adoctrinamiento ideológico, un escritor revolucionario tiene todo el derecho de dirigirse a un lector mucho más complejo, mucho más exigente en materia espiritual de lo que imaginan los escritores y los críticos improvisados por las circunstancias y convencidos de que su mundo personal es el único mundo existente, de que las preocupaciones del momento son las únicas preocupaciones válidas. Repitamos, aplicándola a lo que nos rodea en Cuba, la admirable frase de Hamlet a Horacio: «Hay muchas más cosas en el cielo y en la tierra de lo que supone tu filosofía…»." Julio Cortázar, "Algunos aspectos del cuento" (11-12).
3 La “Policrítica a la hora de los chacales” apareció publicada en diversas publicaciones incluida la Casa de las Américas. Manejamos la editada por Cuadernos de Marcha. Cortázar concibió este texto como la exposición de sus ideas y sentimientos ante “el caso Padilla”. En una carta dirigida a la Fundadora de la Casa de las Américas, Haydée Santamaría, fechada en París el 23 de mayo de 1971, Cortázar calificaba el texto de la siguiente manera: “No es una carta, ni un ensayo, ni un documento político bien razonado; es lo que nace de mí en una hora muy amarga pero en la que hay sin embargo una plena confianza en muchas cosas, y sobre todo en la Revolución.” Cortázar Cartas 1969-1983 Vol. 2 (1454).
4 González Bermejo, Conversaciones con Cortázar (120).
5 Reproducidos están la carta y el poema en el número-homenaje a Julio Cortázar de la Casa de las Américas 145-146 (76-77). El texto se reproduce también en Poemas al Che. Ed. Ambrosio Fornet. (118). Esta interesante antología es representativa del efecto-textual-Guevara a raíz de su asesinato. En ella vierten sus poemas una impresionante cantidad de autores cubanos, americanos y europeos entre los que se encuentran León Felipe, Vicente Aleixandre, Gabriel Celaya, Carlos Bousoño, Pablo de Rohka, Nicolás Guillén, Thomas Merton, Gonzalo Rojas, Eliseo Diego, Ida Vilariño, Cintio Vitier, Enrique Lihn y Juan Gelman.
6 Cortázar, Casa de las Américas 145-146 (76-77). La carta es reproducida también en el vol. 2 de sus Cartas 1964-1968 (1200-1201).
7 Resulta fascinante la reacción de Cortázar ante la presumible falta de interés del Che por el cuento “Reunión”, según se desprende de un comentario suyo a una carta de Fernández Retamar donde este último relata una conversación con el Che al respecto. En una carta fechada en París, el 3 de julio de 1965, Cortázar rápidamente aclara que no hay nada “personal” en su texto: “Me divirtió mucho la historia de tu conversación con el Che en el avión. (…) Es natural que al Che mi cuento le resulte poco interesante (no lo dices tú, pero yo había recibido otras noticias que me lo hacen suponer). Una sola cosa cuenta, y es que en ese relato no hay nada “personal”. ¿Qué puedo saber yo del Che, y de lo que sentía o pensaba mientras se abría paso hacia la Sierra Maestra? La verdad es que en ese cuento él es un poco (mutatis mutandi, naturalmente) lo que fue Charlie Parker en “El perseguidor”. Catalizadores, símbolos de grandes fuerzas, de maravillosos momentos del hombre. El poeta, el cuentista, los elige sin pedirles permiso; ellos son ya de todos, porque por un momento han superado la mera condición del individuo.” Cartas 1964-1968 Vol. 2 (899).
8 Cortázar, “Mensaje al hermano” Casa de las Américas 46 (6-7). El 29 de octubre de 1967, en carta a Adelaida y Roberto Fernández Retamar, Cortázar narra su reacción ante la noticia del asesinato del Che Guevara. Acabado de regresar de Argel, en París Cortázar declara no poder escribir sobre la muerte del Che aunque consigna el envío de su texto poético: “El Che ha muerto y a mí no me queda más que el silencio, hasta quién sabe cuándo; si te envié ese texto fue porque eras tú quien me lo pedía, y porque sé cuánto querías al Che y lo que significaba para ti. Aquí en París encontré un cable de Lisandro Otero pidiéndome ciento cincuenta palabras para Cuba. Así, ciento cincuenta palabras, como si uno pudiera sacarse las palabras del bolsillo como monedas. No creo que pueda escribirlas, estoy vacío y seco, y caería en la retórica. Y eso no, sobre todo eso no. […] Mira, allá en Argel, rodeado de imbéciles burócratas, en una oficina donde se seguía con la rutina de siempre, me encerré una y otra vez en el baño para llorar; había que estar en un baño, comprendes, para estar solo, para poder desahogarse sin violar las sacrosantas reglas del buen vivir en una organización internacional. Y todo esto que te cuento también me avergüenza porque hablo de mí, la eterna primera persona del singular y en cambio me siento incapaz de decir nada de él. Me callo entonces.” Cartas 1964-1968 Vol. 2 (1200) El subrayado es mío.
Juan Carlos Quintero Herencia
Obras citadas
Casa de las Américas año XXV no. 145-146 (julio-octubre 1984). Homenaje póstumo a Julio Cortázar.
Cortázar, Julio. "Algunos aspectos del cuento." Casa de las Américas año 2, nos. 15-16 (nov. 1962-feb. 1963): 3-14.
–––––. “Mensaje al hermano” Casa de las Américas año VIII 46 (ene.-feb. 1968): 6-7.
–––––. Cartas 1964-1968 Vol. 2. Aurora Bernárdez, ed. Buenos Aires: Alfaguara, 2000.
–––––. Cartas 1969-1983 Vol. 3. Aurora Bernárdez, ed. Buenos Aires: Alfaguara, 2000.
–––––. “Policrítica a la hora de los chacales” Cuadernos de Marcha. 49 (mayo 1971): 33-36.
–––––. “Reunión.” Todos los fuegos el fuego. Buenos Aires: Sudamericana. 1966. 67-86.
Fornet Ambrosio ed. Poemas al Che. La Habana: Instituto del Libro, 1969.
González Bermejo, Ernesto. Conversaciones con Cortázar. México: Editorial Hermes, 1978.
Guevara, Ernesto Che. Obras. 1957-1967. Tomo II. La Habana: Casa de las Américas, 1970.
Quintero Herencia, Juan Carlos. Fulguración del espacio. Letras e imaginario de la Revolución cubana (1960-1971). Rosario, Argentina: Beatriz Viterbo, 2002.