donde queda San Juan
dossier en La Habana Elegante dedicado a San Juan de Puerto Rico
Nuestro acopio de textos no aspira a situar la localización de San Juan; la lectura del dossier no entregará su ficción del lugar como hallazgo y epifanía reluciente. El San Juan de estas páginas, en verdad, el efecto de su área metropolitana, esa suerte de nebulosa, de cemento, brea, madera, cable, basura, playita y metal es la inscripción subjetiva de su imaginario en el sensorio de los que la recorren o de aquellos que la ha viven o la han vivido. Nunca el desparramo, el desbordamiento de un archipiélago contingente ha adquirido tanta grafía y dimensionalidad. En San Juan, una suerte de mimesis del chisporroteo, la experimentación puntual conviven con las líneas interrumpidas de alguna poética espacial en estado de emergencia e improvisación; guárdame eso ahí por si acaso, esta es la que hay o bregamos eso horita como dogmas poéticos para el uso puertorriqueño del espacio. La recurrencia de un cuerpo, de los cuerpos, también hechiza y relaciona la inconexión sanjuanera. Doble cuerpo donde se miran tatuajes, culos, rayazos, disparates, copias nerviosas y boulevares tal vez irreparables. Consistentes son estos textos al subrayar una visualidad trabada, un orden sensorial para el cual el viaje es, si no una imposibilidad sensorial para lo nuevo, un arrebato que no cesa, o un modo lejano habitado por otro tiempo. Se ve siempre (en la fase de planificación) un futuro esplendente que la realidad posterior se encarga de opacar entre brumas y superposiciones.
El área metropolitana más que sus parajes “históricos” o añejos, registra una fisiología del daño arquitectónico, donde siempre se inscribe aquello que no se acaba de apreciar del todo. San Juan como la ciudad que no se deja ver a fin de cuentas, si por verla se entiende la entrega translúcida de un paisaje que devele su contemporaneidad y la habitación plena de sus ciudadanos. Esta historia visual es la historia también de un(a) viajero(a) averiado por los recorridos (im)posibles por su propio espacio de vida. El tapón ya no es la condición que cancela los tránsitos puertorriqueños sino la condición misma de las dimensiones, de la somaticidad misma de los futuros para el espacio urbano. Ahí, Urayoán parece atesorar una improbable perspectiva que es también, cómo, el trazo de una condición afectiva: “dicen que distancia es todo lo que nos queda”.
Los relatos – cavilaciones agujereadas – de Liboy Erba sobre el rastro perdido del sentido de los días, en un espacio donde “casi nunca se puede hacer nada,” la ciudad sin parricidas de Lalo, los recorridos del casco san juanero en los textos poéticos de Liceaga y Ruiz Cumba inscriben unos cuerpos de incierta ubicación tonal. O si se quiere, esta incertidumbre tonal escribe mejor el amor por los lugares, y las grafías de sus transeúntes, que las retóricas guberna-mentales o los pep-talks para esa “superación”, esa aurora que siempre está por venir en la isla. Así la fuerza teórica de Rodríguez Casellas se empeña en apuntalar el parpadeo de un criterio, la heterogeneidad de deseos y polémicas que convergen en el proyecto arquitectónico y escultórico Proyecto de Arte Público de Puerto Rico (2001-2005) desplegado bajo el mandato de la ex-gobernadora del Estado Libre Asociado de Puerto Rico, Sila M. Calderón. Casellas parece apostar con su ensayo, de manera doble, por otro modo de escribir-hablar sobre la arquitectura puertorriqueña, y por otra manera de conversar que abra una dimensión discursiva donde gozar nuestras vidas no signifique apabullar a los que gozan (o no) de otro modo. Lejos de la celebración o la cantilena, Jorge Lizardi se une para movilizar con el concepto “agnosia” una reflexión sobre una condición perceptiva isleña, ciudadana en nuestros días. Entre el entumecimiento y el uso estratégico del espacio urbano, el sujeto civil para Lizardi, se adentra en una horizontalidad entorpecida y atiborrada tras otro modo de usar el área metropolitana puertorriqueña.
Quisimos una urdimbre de géneros y de voces, no una “entrega especial” con un casquete, presidido por alguna lengua historiográfica dura, y luego una sección florida llamada “literatura”. Así el viaje al futuro olvidado del Estado Libre Asociado, llevado a cabo por Campo Urrutia, pasea a través de la imantación de dispositivos temporales para imaginar el espacio, desde el viaje en cohete, el satélite hasta los “brochures” que promocionaban nuevas urbanizaciones. Campo Urrutia sondea el imaginario y los efectos de esta visibilidad utópica que marcó a una ciudad llamada San Juan. Lo que queda de esos viajes y notas va desde un incipiente saber geométrico hasta el explaye de una tabula rasa por el ojo militar o el managerial style del planificador de turno en la vetusta colonia.
Los lectores tienen a su disposición la posibilidad de vincular los textos como les venga en gana. Un poema san turcino o un ensayo sobre la inmortalidad de la polilla podría ser el laberinto exterior donde un sujeto poético, en otro poema, se sabe horadado por un archipiélago que nunca ha sabido quedarse en las orillas de su litoral. San Juan queda por ahí.
Juan Carlos Quintero-Herencia