Síndrome del comebanco, síndrome de la izquierda puertorriqueña
Friedrich
Nietzsche, “Los que quieren «mejorar» a la humanidad” en El ocaso de los ídolos (1889). Madrid: EDIMAT Libros, 2010. 83.
Síndrome del comebanco, síndrome de la izquierda
puertorriqueña. Se trata de una situación
subjetiva que no es exclusiva de dicha izquierda. Como toda situación
subjetiva, esta no se reduce a una persona o a un comportamiento individual. Sin
embargo es indistinguible sin el trasiego “yoico” y hasta autobiográfico que lo
materializa en el orden discursivo de la res
publica puertorriqueña. De igual modo, el síndrome se inscribe en la
repetición de “estrategias”, consignas y retóricas con las que
decide entrar al ruedo de la política hegemonizante puertorriqueña, sobre todo
frente al acabose institucional del ELA en el 2016. Su modo de ser y aparecer
es de una coherencia asombrosa.
Ahora, por fin, nos toca. Dale. Ahora podemos entrar
al juego y hacer una diferencia. Ya tú verás cuando entremos al juego. En este síndrome abrevan muchos resentimientos y no pocas
pasiones, además en el síndrome se manifiesta la simplificación y
trivialización de lo que sin duda es harto complejo: las condiciones del
quehacer político hoy y los modos de subjetivación que desanudarían el estado
calamitoso del presente.
El comebanco
ficcionaliza, convenientemente olvida, en verdad, fantasea con su condición de
pieza constitutiva del aparato institucional del ELA y de la esfera pública
neoliberal. Pieza engrasada en el juego del poder, cree que no ha participado de sus mecanismos. Le adjudica su no ser
jugador del cuadro regular, su estar relegado al banco, ya al decreto maligno
del Imperio, ya a la represión, a los manejos del capital, a la “colonialidad”
de todos los demás, a los blanquitos, al populacho, a los que se han “quitado”,
al boricuismo bestial, al tapón... El/la comebanco nunca imagina que su pasión
por el banco es una consecuencia, entre otras, de su propio proceder o de sus
desempeños en la cancha política.
Nunca
apalabrarán críticamente que dicho desempeño o performance ha sido insuficiente
y emblemático de un acomodo institucional, discursivo en la esfera pública
puertorriqueña. En todo caso concentrarán sus “esfuerzos críticos” en los perfiles
morales de sus oponentes y en las avasallantes e históricas movidas de estos
para derrotarlos, excluirlos o ¿no será
para capturarlos? Así y lanzados de nuevo al “ruedo” en tiempos de crisis in extremis vuelven y echan mano de las
mismas retóricas, palabras o tácticas y juegan de la misma manera
pues la relación que tienen con sus
palabras y con sus deseos políticos
es una relación ensimismada en la superioridad de sus mores, en fin se trata de una creencia incuestionable, irreflexiva
donde se ven reflejados y con la que se identifican al centavo. Se trata de una
performance eminentemente moral y moralizante.
Creencia
identitaria que no permite preguntas so pena agravar a quien las recibe en tan
ominoso banco, o porque se ha cristalizado una jerarquía de los males más peores. “De nuevo” reciclan su imaginario y
parecen remozar su verba confiados en que ahora sí serán una diferencia y
ganarán (algo). El tiempo no pasa para el/la comebanco que ve imperturbable
cómo se le va la vida mientras generaciones entran y salen del cuadro regular y
de lo que a todas luces es un torneo político. El tiempo no pasa para los
Ideales, para las Esencias Patrias, para lo que Siempre Hemos Sido, mucho menos
para los mártires.
El/la comebanco
sanciona además su queda(era) tanto desde un estreñimiento teórico y político,
como desde cierto cinismo cerril que no cede una pulgada entre el sentido común
de los días que corren. Quizás los comebancos no saben o no quieren saber
(pasión por la ignorancia, Freud-Lacan) que ya han consentido a todo y que ese
consentimiento (estructural y discursivo) es el cobijo simbólico donde su
queda(era) nunca se expone a la reflexión y a la historicidad contemporáneas. Lo
obtuso, como un juego floral cristalizado en ámbar, se eterniza y será el mismo
a través del tiempo, sólo es cuestión de repetir las viejas consignas o
“comenzar” los debates como si no hubieran ocurrido ya conversaciones,
impugnaciones serias y hasta libros, ay
Jesú, que han pensando estos modos de hacer política. Por eso —ni
gradualistas, ni incrementalistas— ritualistas, los comebancos siguen siendo
los mismos personajes-jugadores-creyentes aunque cambie el uniforme
generacional o se vacíe la isla. Al menos siguen siendo el mismo número
porcentual entre la población puertorriqueña. Resisten.
Cuando el
tiempo, la historia o el Estado los llama a jugar, salen orondos y demuestran ¿de nuevo? por qué están en el banco y cuál es su contribución (moral) al juego.
Ni tan siquiera quieren examinar “lo bien” que desempeñan este trabajo para el
cual fueron reclutados. Procuran “concientizar” a las nuevas generaciones y
“crecer” con todas esas maneras que no han modificado un pepino angolo
desde sus años adolescentes. Enlistados en una zapata subjetiva, material que
nunca se reduce, ni es idéntica a un
“yo” o al individuo y su circunstancia inmediata, l@s comebancos se niegan a
dejar de jugar aunque su contribución sea ínfima, espectacular quién lo duda,
pero ínfima. Lo importante es competir,
dar el ejemplo.
Juan Carlos
Quintero Herencia. Fragmento del libro en escritura, De la queda(era).