Mudo el caparazón: motete lame
Anoche entre vinos y humos marroquíes recibí una serenata (bacalao, viandas, cebollas, aceite de oliva, música de los tubérculos, hinca por ahí). Donación de una figura imprescindible en mis andares por el manglar: motete de indias. Devenir compartido en un unte, como lo que podríamos ser ahora, motete es también emblema y el mote sucio de una cualidad de nuestro frotamiento en el manglar. De aquí la culebra de mi nombre. Motete, cerca de su alambique, encontró sobre un mangle arcaico una hendidura donde había yo escondido los ruidos de mi Babel. Azorado vio otras incisiones en su tronco juncoso que sólo podían provenir de un cuerpo deseante. Orejas o bocas. Ojos como cítaras. Lenguas como tumbadoras, guaguancós como el arco del ala de un murciélago hecho por el portento. No le interesaba entender sino hallarme. Cavidad que se eleva en su sombra. Batman caribeño en pleno vuelo (El mangle transmutaba también. Sobre esto se dirá algo después), se posa en el sigilo y procede con el mejor