la impedimenta que tuvo para llegar a ser sonido

Late Night Centro. Originally uploaded by Robin Thom.
El ruido o fangosa pelota
Incesantes y bienhechores los enemigos del ruido (Liga contra los ruidos, últimas declaraciones) continúan elaborando sus festivales silenciosos. Las ciudades que levantan la voz están siempre cercanas a sus piedras fundadoras, a los días en que los pulmones prepotentes y equinales dieron las órdenes de colocación de las primeras piedras. Pues todo ruido muestra su expectación, la impedimenta que tuvo para llegar a ser sonido. Así muestra el ruido la desolación de lo incompleto, de lo que se quedó a medio camino, renqueante y maldito. Ya que en la ciudad lo que se hace más visible y subrayable es la frustración, el ruido que se enredó en las escalas de sus inarmónicos, la muchacha que comprobaba en su espejito de cartera la garganta de oro, y ahora maneja con donosura, pero sin canción, el aspirador de limpieza automática. Como una piedra caída en una ecuación, el ruido falto de rumbos y amistades, se congela mostrando su estallante verruga, su excepción que crece y acrece como una fangosa pelota lanzada en una pista de harina.
Flotando en esa masa descompuesta de ruidos, el ataponado Ulises avanza insensible para lo que no sean sus preocupaciones umbilicales. Si de pronto se proyecta o se enfrenta, aislándose contra uno de esos ruidos, si toma conciencia de esa tarabamulta, empieza a proliferar, a formar incesante cascada, como las personas erizadas al oír los sucesivos timbres de las llamadas o la levedad de sensación auditiva que se desprende al pasar nuestra mano por una pieza de lino. En la medianoche de desvelo tomamos conciencia del tic-tac. En los ejercicios espirituales del Retrato de un artista adolescente, es ese tic-tac el símbolo del infierno, la imagen que de pronto surge de la eternidad de la condenación.
La escala de ruidos y sonidos se hace sutilísima y actúa por variaciones. Supongamos el agotamiento de los ruidos, su trueque en una masa sonora regida por un sentido que los conduce al sonido. Ya en la encristalada ciudad, sin ruidos y sin preguntas desatadas, y en la noche mansa, Penélope continúa con sus estambres esperando a los pretendientes. Entonces el frotarse de una mano, puede ser una agujeta mortal. Si alguien se pasa la mano por la frente, los durmientes sobresaltados preparan sus ventanas como si se acercara un incendio.
José Lezama Lima, 27 de marzo de 1950

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