Obertura 3
Juan Carlos, está muy bonito lo que me envías pero yo necesito lidiar con estas imágenes que se me han pegado en el cielo de la cabeza. Tremendo tu follón salsero pero necesito ayuda, big time. No sólo por lo del cuerpo refrigerado, que ya es una atrocidad folklórica, sino porque los documentos y papeles que las autoridades cubanas me han entregado han abierto un mundo y un pasado que lo descarrila todo. No creo que pueda simplemente ponerlos en cajas, llevarlos a casa, besar a los niños y guardarlos en el sótano. Bueno, de poder se puede, pero no hay mucho foco para otros asuntos y ya no creo en esos trotes. Entre los papeles de mi hermano hay una breve grabación en VHS donde aparece nuestra madre como una matrona portentosa. No es que se vea gorda. Es una mujer enorme con la cara de Mamá. Creo en ocasiones que no es ella pero termino reconociéndole el rostro. Está abierta de piernas y la asiste una suerte de dama de cabecera. Con las tetas al aire y el bollo acicalado luce una serie de arneses de cuero que nunca logran ser del todo sadistas. Todo ocurre en una marquesina familiar pero indistinguible y hay buena luz. Nada de mazmorras ni decorados góticos. Más bien hay cierto dejo estilístico chí-chí, cierta elegancia montaraz que me perturba aún más. Sobre sus senos, hinchados, las aureolas color carmelita casi caoba, magníficos, hay dos tubos de plásticos que succionan sus pezones. Mamá se frota el clítoris con ritmo. Los pezones crecen y devienen esponjas que palpitan. Los tubos comienzan a llenarse de leche. Los pezones ya se ahogan, mientras Mamá se viene de una manera inevitable entre sollozos y un llanto aturdido que no dejo de escuchar. Dime ¿cómo es posible que alguien grabe esto? ¿Quién además pudo sostener el pulso?
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Yo evitaría llamar a Lavoe héroe por demasiadas razones que ahora no puedo elaborar. Lo sobresaliente de su particularidad sonora me parece se encuentra, de manera misteriosa, en el registro de su voz y en esos relatos acústicos que nos dejó en sus canciones. Los dudosos héroes de la contemporaneidad, sobre todo, los mediáticos, en demasiadas ocasiones terminan sirviendo de modelos identitarios para los ambiciosos brokers culturales o como nostálgicos pedestales de bronce para cierta municipalidad del pensamiento. Sin duda ya va de camino una nueva salida del Cantante de la mano de cierta cultureta mediocrizante que idealiza el desastre íntimo y enrarece la trenza espantosa de dolores y catástrofes que le tocó tragar al sonero. También se ha apuntado en la taquilla cierta beatería populista que no tardará en ponerle velas en los salones de baile o en probarse sus camisetas. La heroicidad que le adosan ciertos medios y discursos no pueden evitar moralizar o falsificar (en la mayoría de los casos es lo mismo) estas prácticas ante la figura de Lavoe, incluidos aquellos discursos que suenan a gufeito ilustrado o actualidad cultural. La ruina de sus últimos días, adicto empobrecido y contagiado de SIDA, en todo caso, podría ser parte de un heroísmo hedónico o de un patético martirio por la saturación narcótica que de ninguna manera puede, por igual, satanizarse o celebrarse. El talento no se corresponde cualitativamente con la cantidad de sustancias tóxicas que el sujeto consume. No es lo mismo la cabeza de Lencho Caraequeso arrebatada que la cabeza en-notada de un Héctor Lavoe. La grandeza de Lavoe, como la de todo gran artista, se apoya en un deseo de experimentación e intoxicación con las materias temáticas que, en su caso tuvo, además, un paralelo de grandes arrebatos y estímulos narcóticos. En las colindancias etimológicas del “arrebato” además se pueden escuchar otras voces. A rebato es un modo de tocar campanas o tambores ante una catástrofe inminente o ante la amenazante cercanía de lo siniestro. Todo rebato es una llamada de alarma, precipitada y urgente, ante el avance de lo enemigo. El arrebato, no sólo narcótico, sino también sensorial, lingüístico y hasta ético es uno de los grandes temas de nuestros soneros muertos. La creatividad verbal y el humor que recorre ese cancionero arrebatado es inseparable de esas canciones festivas para ser lloradas conjugadas por Palés Matos y que casi todos, a su manera, entonaron. Ahí Lavoe fue un autor no un héroe. Los grandes siempre se embarran, se prueban o se malean con esas sustancias tóxicas, se dejan afectar por esos materiales temáticos con los que quisieron trabajar. Lavoe se abismó, su voz se lanzó, una y otra vez, a explorar el desasosiego y ese “lamento borincano” que tanto resuena en otros géneros musicales y en otras escuchas latinoamericanas. La contaminación acústica que rubrica (o debo decir: lubrica) su voz es una forma posible para acercarse a la singularidad de la nuestra.
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ResponderBorrarCuando uno se acostumbra a su infierno, me parece que tiende a idealizarlo o entrañarlo (léase "El infierno" de Virgilio Piñera). En este caso, la idealización en sí se convierte en un modo de despojar al fuego de su capacidad de calcinar, aunque sigue quemando. Yo soy cafre y qué, por ejemplo. Tú dirías mediocrizar, pero eres más severo que yo. Aunque Lavoe no es mi ejemplo a seguir, ni mucho menos mi héroe, su voz me aclimata a las llamas de mi infierno, a la singularidad del mismo. Es la experiencia que yo tengo cada vez que esa boca me atraviesa el oído, me come el cerebro y se fuma mi carcasa. Ahora, después de leer esto bien me puedes mandar al carajo, pero sólo te pido que no te olvides de mandarme con la colección completa de las canciones grabadas por Lavoe.
ResponderBorrarCafretizar no es sinónimo de mediocrizar aunque en ciertas comarcas sean inseparables. ¿Quién sería Motete si pudiera mandarlo a un oneroso jardín de carajos erectos? ¿Con qué tiempo le dedicaría las obras completas del Cantante? Me gustó en demasía lo de fumarse la carcasa
ResponderBorrarno hay manera gigante de sostener el pulso, ni ante la puvis matrona, convulsionada, repiqueteando campanitas de cristal, ni ante la voz acartonada de lavoe lubricándose un tabique con el polvo maravilla y perforando el olor a yerba de bambalán sobre la calle seis de bélgica. en ambos casos, la muerte, el sexo y la música siempre andan cerca, listas con el dedo meñique por si hay que taladrar algo. lo que sea.
ResponderBorrarSaludos desde La Casa.
sonia.
Oído inaudito tiene usted, sobre todo, ante el pubis y los orificios por taladrar. Maneras hay, pequeñas, resbalosas y un tanto bruscas sin insistir en el temblor pues se pierde el paso. La uña, la uña.
ResponderBorrarsaludos desde el hoyo