¿Qué es ser contemporáneo?
¿Qué es ser contemporáneo?
Giorgio Agamben
Esta no-coincidencia no significa, naturalmente, que sea contemporáneo quien vive en otra era, un nostálgico que se siente más cómodo en la Atenas de Pericles o en el París de Robespierre y del Marqués de Sade que en la ciudad y el tiempo que le tocó vivir. Un hombre inteligente puede odiar su tiempo, pero sabe que pertenece irrevocablemente a él, sabe que no puede huir de su tiempo.
Mi siglo, mi bestia, ¿hay alguien que pueda
escudriñar en tus ojos
y soldar con su sangre
las vértebras de dos siglos?
# 3
# 4
# 6
Esta relación especial con el pasado tiene otro aspecto. La contemporaneidad se inscribe en el presente señalándolo sobre todo como arcaico y sólo quien percibe en lo más moderno y reciente los indicios y las signaturas de lo arcaico puede ser su contemporáneo. Arcaico significa: próximo al arché, o sea, al origen. Pero el origen no está situado sólo en un pasado cronológico: es contemporáneo al devenir histórico y no cesa de funcionar en éste, como el embrión continúa actuando en los tejidos del organismo maduro y el bebé en la vida psíquica del adulto. La distancia y a la vez la cercanía que definen a la contemporaneidad tienen su fundamento en esa proximidad con el origen, que en ningún punto late con tanta fuerza como en el presente.
Los historiadores de la literatura y el arte saben que entre lo arcaico y lo moderno hay una cita secreta, y no tanto en razón de que las formas más arcaicas parecen ejercer en el presente una fascinación particular, sino porque la clave de lo moderno está oculta en lo inmemorial y lo prehistórico. Así, el mundo antiguo en su final se vuelve, para reencontrarse, hacia los orígenes: la vanguardia, que se extravió en el tiempo, sigue a lo primitivo y lo arcaico. En ese sentido, justamente, se puede decir que la vía de acceso al presente tiene necesariamente la forma de una arqueología. Que no retrocede sin embargo a un pasado remoto, sino a lo que en el presente no podemos en ningún caso vivir y, al permanecer no vivido, es incesantemente reabsorbido hacia el origen, sin poder nunca alcanzarlo. Porque el presente no es otra cosa que la parte de no-vivido en cada vivido y lo que impide el acceso al presente es justamente la masa de lo que, por alguna razón (su carácter traumático, su cercanía excesiva) no logramos vivir en él. (...)
Giorgio Agamben
Traducción de Cristina Sardoy. Clarín 21-03.09
¿Qué es ser contemporáneo? Esta fue
la pregunta que guió el curso de filosofía que Giorgio Agamben dictó en
el Instituto Universitario de Arquitectura de Venecia. Es también el
título de este ensayo, hasta hoy inédito en castellano, que publicamos
con la crítica del primer análisis total de su obra.
# 1
La pregunta que desearía inscribir en el umbral de
este seminario es: "¿De quiénes y de qué somos contemporáneos? Y, sobre
todo, ¿qué significa ser contemporáneos?" (...) De Nietzsche nos viene
una indicación inicial, provisoria, para orientar nuestra búsqueda de
una respuesta. (...) En 1874, Friedrich Nietzsche, un joven filólogo que
había trabajado hasta entonces en textos griegos y dos años antes había
alcanzado una celebridad imprevista con El origen de la tragedia, publica las Consideraciones Intempestivas,
con las cuales quiere ajustar cuentas con su tiempo, tomar posición
respecto del presente. "Intempestiva esta consideración lo es", se lee
al comienzo de la segunda Consideración "porque intenta entender como un
mal, un inconveniente y un defecto algo de lo cual la época justamente
se siente orgullosa, o sea, su cultura histórica, porque pienso que
todos somos devorados por la fiebre de la historia y deberíamos, al
menos, darnos cuenta". Nietzsche sitúa, por tanto, su pretensión de
"actualidad", su "contemporaneidad" respecto del presente, en una
desconexión y en un desfase. Pertenece realmente a su tiempo, es
verdaderamente contemporáneo, aquel que no coincide perfectamente con
éste ni se adecua a sus pretensiones y es por ende, en ese sentido,
inactual; pero, justamente por eso, a partir de ese alejamiento y ese
anacronismo, es más capaz que los otros de percibir y aprehender su
tiempo.
Esta no-coincidencia no significa, naturalmente, que sea contemporáneo quien vive en otra era, un nostálgico que se siente más cómodo en la Atenas de Pericles o en el París de Robespierre y del Marqués de Sade que en la ciudad y el tiempo que le tocó vivir. Un hombre inteligente puede odiar su tiempo, pero sabe que pertenece irrevocablemente a él, sabe que no puede huir de su tiempo.
La contemporaneidad es, pues, una relación singular
con el propio tiempo, que adhiere a éste y, a la vez, toma su
distancia; más exactamente, es "esa relación con el tiempo que adhiere a
éste a través de un desfase y un anacronismo". Los que coinciden de una
manera excesivamente absoluta con la época, que concuerdan
perfectamente con ella, no son contemporáneos porque, justamente por esa
razón, no consiguen verla, no pueden mantener su mirada fija en ella.
# 2
En 1923, Osip Mandelstam escribe la poesía "El
siglo" (la palabra rusa vek significa también "época"). Contiene no una
reflexión sobre el siglo, sino sobre la relación entre el poeta y su
tiempo, es decir, sobre la contemporaneidad. No el "siglo" sino, según
el primer verso, "mi siglo" (vek moi):
Mi siglo, mi bestia, ¿hay alguien que pueda
escudriñar en tus ojos
y soldar con su sangre
las vértebras de dos siglos?
# 3
El poeta, que debía pagar su contemporaneidad con
la vida, es quien debe mantener fija la mirada en los ojos de su
siglo-bestia, soldar con su sangre la espalda quebrada del tiempo. El
poeta -el contemporáneo- debe tener fija la mirada en su tiempo. ¿Pero
qué ve quien ve su tiempo, la sonrisa demente de su siglo? Me gustaría
aquí proponerles una segunda definición de la contemporaneidad:
contemporáneo es aquel que mantiene la mirada fija en su tiempo, para
percibir no sus luces, sino sus sombras. Todos los tiempos son, para
quien experimenta su contemporaneidad, oscuros. Contemporáneo es quien
sabe ver esa sombra, quien está en condiciones de escribir humedeciendo
la pluma en la tiniebla del presente. Mas ¿qué significa "ver una
tiniebla", "percibir la sombra"?
Una primera respuesta nos es sugerida por la
neurofisiología de la visión. ¿Qué sucede cuando nos encontramos en un
ambiente sin luz, o cuando cerramos los ojos? ¿Qué es la sombra que
vemos en ese momento? Los neurofisiólogos nos dicen que la ausencia de
luz desinhibe una serie de células periféricas de la retina, llamadas,
precisamente, off-cells, que entran en actividad y producen esa especie
particular de visión que llamamos sombra. La sombra no es, por ende, un
concepto privativo, la simple ausencia de luz, algo como una no visión,
sino el resultado de la actividad de las off-cells , un
producto de nuestra retina. Esto significa (...) que percibir esa sombra
no es una forma de inercia o pasividad sino que implica una actividad y
habilidad particulares, que, en nuestro caso, equivalen a neutralizar
las luces que provienen de la época para descubrir su tiniebla, su
sombra especial, que no es, de todos modos, separable de esas luces.
Puede llamarse contemporáneo solamente al que no se
deja cegar por las luces del siglo y es capaz de distinguir en éstas la
parte de la sombra, su íntima oscuridad. Con esto, todavía no hemos
respondido a nuestra pregunta. ¿Por qué debería interesarnos poder
percibir las tinieblas que provienen de la época? ¿Acaso la sombra no es
una experiencia anónima y por definición impenetrable, algo que no está
dirigido a nosotros y no puede, por lo tanto, incumbirnos? Al
contrario, contemporáneo es aquel que percibe la sombra de su tiempo
como algo que le incumbe y no cesa de interpelarlo, algo que, más que
cualquier luz, se refiere directa y singularmente a él. Quien recibe en
pleno rostro el haz de tiniebla que proviene de su tiempo.
# 4
En el firmamento que miramos de noche, las
estrellas resplandecen rodeadas de una espesa tiniebla. Teniendo en
cuenta que en el universo hay un número infinito de galaxias y de
cuerpos luminosos, la sombra que vemos en el cielo es algo que, según
los científicos, requiere una explicación. Me gustaría hablar ahora de
la explicación que la astrofísica contemporánea da para esa sombra. En
el universo en expansión las galaxias más remotas se alejan de nosotros a
una velocidad tan grande que su luz no puede llegarnos. Lo que
percibimos como la sombra del cielo es esa luz que viaja velocísima
hacia nosotros y no obstante no puede alcanzarnos, porque las galaxias
de las que proviene se alejan a una velocidad superior a la velocidad de
la luz. Percibir en la oscuridad del presente esa luz que trata de
alcanzarnos y no puede: eso significa ser contemporáneos. De ahí que ser
contemporáneos sea, ante todo, una cuestión de coraje: porque significa
ser capaces no sólo de mantener la mirada fija en la sombra de la
época, sino también percibir en esa sombra una luz que, dirigida hacia
nosotros, se aleja infinitamente de nosotros. Es decir: llegar puntuales
a una cita a la que sólo es posible fallar.
Por eso el presente que la contemporaneidad percibe
tiene las vértebras rotas. Nuestro tiempo, el presente, no es sólo lo
más distante: no puede alcanzarnos de ninguna manera. Tiene la columna
quebrada y nos hallamos exactamente en el punto de la fractura. Por eso
somos, a pesar de todo, sus contemporáneos. La cita que está en cuestión
en la contemporaneidad no tiene lugar simplemente en el tiempo
cronológico: es, en el tiempo cronológico, algo que urge en su interior y
lo transforma. Esa urgencia es lo intempestivo, el anacronismo que nos
permite aprehender nuestro tiempo en la forma de un "demasiado temprano"
que es, también, un "demasiado tarde", de un "ya" que es también un
"todavía no". Y reconocer en la tiniebla del presente la luz que, aunque
sin poder alcanzarnos nunca, está permanentemente en viaje hacia
nosotros.
# 5
Un buen ejemplo de esta especial experiencia del
tiempo que llamamos la contemporaneidad es la moda. Lo que define la
moda es que introduce en el tiempo una discontinuidad, que lo divide
según su actualidad o falta de actualidad, su estar y su no estar más a
la moda (a la moda y no simplemente de moda, que alude sólo a las
cosas). Pese a ser sutil, esta cesura es clara: quienes deben percibirla
la perciben infaliblemente y de esa forma certifican su estar a la
moda; pero si tratamos de objetivarla y fijarla en el tiempo
cronológico, se revela inasible. Sobre todo el "ahora" de la moda, el
instante en que comienza a ser, no es identificable por ningún
cronómetro. ¿Ese "ahora" es el momento en que el estilista concibe el
rasgo, el matiz que definirá la nueva forma de la prenda? ¿O en que la
confía al dibujante y luego a la sastrería que confecciona el prototipo?
¿O, más bien, el momento del desfile, donde la prenda es llevada por
las únicas personas que están siempre y solamente a la moda, las mannequins ,
que, no obstante, justamente por eso, nunca lo están realmente? Porque,
en última instancia, el estar a la moda de la "forma" o la "manera"
dependerá de que las personas en carne y hueso, distintas de las mannequins -víctimas sacrificiales de un dios sin rostro- la reconozcan como tal y la conviertan en su vestimenta.
El tiempo de la moda está, por ende,
constitutivamente adelantado a sí mismo, y por eso también siempre
retrasado, siempre tiene la forma de un umbral inasible entre un
"todavía no" y un "ya no". Es probable que, como sugieren los teólogos,
eso depende de que la moda, al menos en nuestra cultura, es una
signatura teológica del vestido, que deriva de la circunstancia de que
la primera prenda de vestir fue confeccionada por Adán y Eva después del
pecado original, en la forma de un paño entrelazado con hojas de
higuera. (Las prendas que nos ponemos derivan, no de ese paño vegetal,
sino de las tunicae pelliceae, de los vestidos hechos con pieles de
animales que Dios, según Gen. 3.21, hace vestir, como símbolo tangible
del pecado y de la muerte, a nuestros progenitores en el momento en que
los expulsa del paraíso.) En todo caso, más allá de cuál sea la razón,
el "ahora", el kairos de la moda es inasible: la frase "estoy
en este instante a la moda" es contradictoria, porque en el segundo que
el sujeto la pronuncia, ya está fuera de moda.
Por eso, el estar a la moda, como la
contemporaneidad, comporta cierta "soltura", cierto desfase, en que su
actualidad incluye dentro de sí una pequeña parte de su afuera, un dejo
de demodé. De una señora elegante se decía en París en el siglo XIX, en
ese sentido: "Elle est contemporaine de tout le monde". Pero la
temporalidad de la moda tiene otro carácter que la emparienta con la
contemporaneidad. En el gesto mismo en que su presente divide el tiempo
según un "ya no" y un "todavía no", ella crea con esos "otros tiempos"
-ciertamente, con el pasado y, quizá, también con el futuro- una
relación particular. Puede, vale decir, "citar" y, de esa manera,
reactualizar cualquier momento del pasado (los años 20, los años 70,
pero también la moda imperio o neoclásica). Puede, por ende, poner en
relación lo que dividió inexorablemente, volver a llamar, re-evocar y
revitalizar lo que había declarado muerto.
# 6
Esta relación especial con el pasado tiene otro aspecto. La contemporaneidad se inscribe en el presente señalándolo sobre todo como arcaico y sólo quien percibe en lo más moderno y reciente los indicios y las signaturas de lo arcaico puede ser su contemporáneo. Arcaico significa: próximo al arché, o sea, al origen. Pero el origen no está situado sólo en un pasado cronológico: es contemporáneo al devenir histórico y no cesa de funcionar en éste, como el embrión continúa actuando en los tejidos del organismo maduro y el bebé en la vida psíquica del adulto. La distancia y a la vez la cercanía que definen a la contemporaneidad tienen su fundamento en esa proximidad con el origen, que en ningún punto late con tanta fuerza como en el presente.
(...)
Los historiadores de la literatura y el arte saben que entre lo arcaico y lo moderno hay una cita secreta, y no tanto en razón de que las formas más arcaicas parecen ejercer en el presente una fascinación particular, sino porque la clave de lo moderno está oculta en lo inmemorial y lo prehistórico. Así, el mundo antiguo en su final se vuelve, para reencontrarse, hacia los orígenes: la vanguardia, que se extravió en el tiempo, sigue a lo primitivo y lo arcaico. En ese sentido, justamente, se puede decir que la vía de acceso al presente tiene necesariamente la forma de una arqueología. Que no retrocede sin embargo a un pasado remoto, sino a lo que en el presente no podemos en ningún caso vivir y, al permanecer no vivido, es incesantemente reabsorbido hacia el origen, sin poder nunca alcanzarlo. Porque el presente no es otra cosa que la parte de no-vivido en cada vivido y lo que impide el acceso al presente es justamente la masa de lo que, por alguna razón (su carácter traumático, su cercanía excesiva) no logramos vivir en él. (...)
# 7
Quienes han tratado de pensar la contemporaneidad
pudieron hacerlo sólo a costa de escindirla en más tiempos, en
introducir en el tiempo una des-homogeneidad esencial. Quien puede
decir: "mi tiempo", divide el tiempo, inscribe en él una cesura y una
discontinuidad; y, sin embargo, justamente a través de esa cesura, esa
interpolación del presente en la homogeneidad inerte del tiempo lineal,
el contemporáneo instala una relación especial entre los tiempos. Si
bien, como hemos visto, el contemporáneo es quien quebró las vértebras
de su tiempo (o percibió la falla o el punto de ruptura), él hace de esa
fractura el lugar de cita y de encuentro entre los tiempos y las
generaciones. Nada más ejemplar, en ese sentido, que el gesto de Pablo
de Tarso, en el punto que experimenta y anuncia a sus hermanos esa
contemporaneidad por excelencia que es el tiempo mesiánico, el ser
contemporáneos del mesías, que él llama el "tiempo de ahora" (ho nyn
kairos). No sólo ese tiempo es cronológicamente indeterminado (...) sino
que tiene la capacidad singular de relacionar consigo mismo cada
instante del pasado, de hacer de cada momento o episodio del relato
bíblico una profecía o una prefiguración (typos, figura, es el término
preferido de Pablo) del presente (así Adán, a través de quien la
humanidad recibió la muerte y el pecado, es "tipo" o figura del mesías,
que trae a los hombres la redención y la vida).
Esto significa que el contemporáneo no es sólo
quien, percibiendo la sombra del presente, aprehende su luz invendible;
es también quien, dividiendo e interpolando el tiempo, está en
condiciones de transformarlo y ponerlo en relación con los otros
tiempos, leer en él de manera inédita la historia, "citarla" según una
necesidad que no proviene en absoluto de su arbitrio, sino de una
exigencia a la que él no puede dejar de responder. Es como si esa luz
invisible que es la oscuridad del presente, proyectase su sombra sobre
el pasado y éste, tocado por su haz de sombra, adquiriese la capacidad
de responder a las tinieblas del ahora. Algo similar debía de tener en
mente Michel Foucault cuando escribía que sus indagaciones históricas
sobre el pasado son sólo la sombra proyectada por su interrogación
teórica del presente. Y Walter Benjamin, cuando escribía que el signo
histórico contenido en las imágenes del pasado muestra que éstas
alcanzarán la legibilidad sólo en un determinado momento de su historia.
De nuestra capacidad de prestar oídos a esa exigencia y a esa sombra,
de ser contemporáneos no sólo de nuestro siglo y del "ahora", sino
también de sus figuras en los textos y los documentos del pasado,
dependerán el éxito o el fracaso de nuestro seminario.