Las redundancias de un título: la herida macabiónica
Las
redundancias de un título: la herida macabiónica
Juan
Carlos Quintero-Herencia
“No
quiero que te disgustes
namá
te pongo a pensar”
Justo Betancourt, “Soy profesional”
El
ensayo “Salsa con kétchup” escrito por Monxo López y aparecido en la revista 80
grados (http://www.80grados.net/salsa-con-ketchup/) ha desatado un ruidoso debate
en la red. Muy rápido dicho debate se convirtió en una garata de insultos y
aspavientos, emblemática de la condición de la sociabilidad crítica en el
espacio público puertorriqueño. Final penoso para una conversación que no tenía
que caer presa de la galopante estupidificación del orden del discurso que
padece la isla hace varias décadas. En medio de ese predecible salpafuera-pa-partirte-la-cara-canto-e-cabrón,
fueron oasis de sensatez los comentarios de Kahlil Chaar-Pérez y Fofe, colgados
tanto al pie del ensayo como en los muros de Facebook. No olvido otros
comentarios igualmente puntuales y valiosos que insistieron en recordarnos que
la pendejá de la Orquesta El Macabeo no tiene que ser leída (escuchada) desde
los criterios sonoros de la vieja escuela salsera, como también expresaron su
desacuerdo con las andanadas de la fanaticada.
Sin
embargo, quisiera volver al texto de López en tanto texto incómodo y como texto
sobre la incomodidad; en tanto escritura de una incomodidad declarada que no
evitará generar otra serie de incomodidades entre sus lectores. El acierto de
la escucha incómoda de López es haber podido reproducir la incomodidad, incluso
la cruzaera de la Orquesta El Macabeo presenciada por el propio autor en una
performance de la orquesta en New York. Subrayo: no quiero ni me interesa
escribir, ni escribo sobre la persona de su autor, ni la de los músicos, ni las
personas que componen la lamentable turba en las redes. Quisiera dar por
recibidos el gesto crítico de López, acoger su lengua crítica, como ese deseo
por apalabrar la negatividad y la insuficiencia musical que escucha en las
canciones del Macabeo y el subsiguiente “desconcierto” que le generara el
fenómeno luego de verlos performear en El Barrio. Escribo a partir de lo que habla en su texto, dirijo mis palabras
hacia lo que creo pasa, al pasito quizás del ensayo de López.
Escribo desde lo que percibo en su texto, como lector, a pesar de los énfasis,
matices y disclaimers del autor.
López
reconoce que se va a tirar al medio y con valentía ensaya una pregunta que
rápido buscará ejercer su derecho al juicio, al juicio de valor musical: “La alineación de nuestras opiniones es absoluta: ¿wassup con
ese follón con El Macabeo? Llegué al concierto sin entender y salí
desconcertado.” La escucha de López llega al concierto sin entender, dice
seguir desconcertada pero se sabe rodeada de una alineación de opiniones absolutas.
La avería de este gesto crítico se cifra precisamente, desde la picá, en este
doble movimiento irreflexivo que apalabra lo incomprensible para el músico.
¿Cómo es posible que esta sonoridad cruzá guste? Una resistencia íntima y
profesional no evitará luego suscribir las convicciones absolutas de esa cámara de escucha que le es inmediata.
Luego de ese preludio, el esfuerzo de
contextualización identitaria, histórica o de clase comienza a escopetear,
entre flatulencias, entre follones moralizantes
malgré López. Quien decida señalarle a los demás su carencia de modales tendrá que lidiar con los efectos que arrastra haber
ejercido una autoridad (en este caso moral) sobre algún malcriao
puertorriqueño. (Repito: escribo sobre el discurso no sobre la persona de
López.) De igual forma este afán verista de contrastar a los macabeos con los
salseros de la mata, los real-real de la salsa, en clave conversacional, bien
chévere-tú sabes-todos somos panas, no podía sino alebrestar el avispero de la
anti-intelectualidad boricua que colinda con la bondad populista de nuestra
lengua política.
Doy
por cierta la civilidad y el respeto, ensayo en ocasiones los modales como
también el desafío y la jodedera. Me apasiona desmenuzar con rigor la
construcción de las verdades. Nada justifica el insulto cerril y macharrán pero
esa genuflexión moral, modal, eso de
los modales ante la “aristocracia radical, conservadora
y saludable [salsera] en las exigencias de su ejecución” no podía sino
levantarle ronchas a varios chamaquit@s agitados (Rodríguez-Casellas). Creo,
además, en levantarlas. Mirar a la cara ese gesto salvaje, descuidado e incivil
como condición contrariada de nuestro ethos
ciudadano es una tarea política apremiante que no habría que confundir con
maneras de la domesticación o del saneamiento civilista. La Lupe gime
orgásmica, bellaca, en medio de las canciones menos eróticas que usted puede
imaginar, porque el goce es su voz. Peores modales no podía tener esa señora. Inmodesta
y zafia hasta la coherencia. Vuelvo. Ese recordatorio modal y disciplinante de
López, es todavía el doble, el replicant de la denostada agresión rítmica
macabea: picada de ojos al que no sabe tocar su instrumento. Digámoslo en
populismo culturoso, caro a la izquierda (sic) patriotera: Tú sabes, todo eso de la humildá, los hermanos, la buena fe, el perdón
como exigencia, las raíces negras, la voz simple y trabajadora de Papo Sánchez,
eso de la preñez con preservativos artificiales. Todo ese discurso
tiene un tumbaito reaccionario bien fuelte, mi pana.
No
es lo mismo con violín que con guitarra. No me interesa negar ni idealizar la
indudable cruzaera de El Macabeo, sino subrayar que parte del desconcierto y
del follón que ha causado la orquesta
no puede entenderse reduciendo los efectos de su performance a un “acuerdo”
ideológico clasemediero, sin considerar lo que hacen y dicen sus textos como
objetos estéticos de nuestra contemporaneidad. Coincido que el poderío sonoro,
el “[a]dentro” de números y voces de la salsa son imperceptibles sin esa “alta
densidad” que anota y celebra López. Ensayar buenos modales ante este saber
puede tener mucho sentido ético y ser hasta muy válido en términos
estéticos. Ese argumento desde el lado
técnico, disciplinado de la ejecución musical es una proposición autorizada,
pero es un desacierto reaccionario desde el orden discursivo y político con el
que trabaja El Macabeo. Esta orquesta y sus producciones no han hecho tampoco
nada nuevo sino subrayar, quizás hasta la disonancia plena, un elemento
discursivo más que puramente musical, inseparable de la lengua salsera: el imaginario negativo, zafio y nunca celebratorio
de esas canciones festivas para ser lloradas que son el género salsero. No creo
necesario enumerar la cantidad de orquestas y canciones salseras emblemáticas
firmadas por el desafine o el desaliño.
No
es lo mismo con guitarra que con teclado. En
el ensayo de López persiste una suerte de decantación (que llamaré con prisa:
sociológica) entre música y letra. Y esa decantación de la calidad
musical versus “el mensaje de las letras” (o incluso los videos) parece un
descampado más donde armar un discurso de superioridades y de nostalgias por
las performances, sin duda, paradigmáticas del pasado que han absolutizado los criterios de calidad o de
belleza en un tipo de oído.
La
cruzaera es buena metáfora, síntoma (Fofe) plural que recorre la esfera pública
puertorriqueña, incluida la que blasona el ensayo “Salsa con kétchup”. Pues a
pesar de sus buenas intenciones y candidez, el ensayo de López está también
cruzao. A su modo, “Salsa con kétchup” es otra burundanga nuestra, otra mezcla informe
de cosas heterogéneas. Esa es su fuerza y su tropiezo discursivo. A caballo
entre la reseña de un concierto, ensayo de crítica músico-cultural, este ensayo
dedicado a pensar críticamente el por qué de ese follón (palabra interesantísima) llamado Orquesta El Macabeo, es
también la con-fusión crítica de una escritura
cogida entre una fragilísima genealogía de clase, el rastreo de los supuestos
determinismos que infringen las urbanizaciones, con un análisis de clase que
“explicaría” porque El Macabeo guisa un poquito más que otros grupos. Y una vez
se nombra el fenómeno cultural macabeo como un peo que se tira una clase en el
camposanto de la otra (esa otra clase siempre más real o verdadera que la del
“yo” que exhibe el ensayo) el pendulito de las cosas buenas y las cosas malas
deviene brújula para una moralización populista que, en parte, daña la
aspiración de perspectiva que desea producir el texto. En ese sentido, es
revelador la insistencia yoica del ensayo, el afán de explicarse y decir quién
se es, dónde se nació, etc. al momento de pensar o incluso autorizarse
críticamente ante su enigma reflexivo. Acaso, puesta así la cosa, la alharaca
ad-hominen no podía sino trincar los músculos ante este espejo-pantalla que le
entregó el ensayo. Si te sacas el “yo”,
yo me saco el mío.
López no se detiene a meditar el hecho que El
Macabeo parece haber abrazado y movilizado su desafine, su cruzaera. Reconoce
la valentía de la orquesta y el gesto-que-se-joda de sus integrantes, pero no
piensa este abrazo a la distorsión más allá de esa filiación a orígenes
rockeros, punkos, identitarios, de clase de los músicos o su público. ¿Por qué
hablar de clases sociales en Puerto Rico debe recalar como tema o problema en
un modo civilizatorio de la autobiografía? Si al pretendido análisis de clase,
contextual de esta performance musical lo ancla un modo de pensar lo musical
endeudado con una lengua moralizante, por ahí se desfonda su potens crítico.
La reflexión de López sigue asentada sobre una certeza ideológica que no se
revisa o cuestiona: en este caso un interdicto sordo, lo que se debe o no se
puede hacer en un género, en un barrio, ante una generación, jesúmaría imagínate tú que falta de respeto.
Si se quiere pensar y atajar la desaparición del
otro, el desprecio casi perfecto por el ciudadan@ en la sociabilidad
puertorriqueña tenemos que incluir en nuestras preguntas la naturalidad moral y
moralizante que secretan y presuponen nuestras palabras.
Si
el sabor o la capacidad para conmocionar de una performance salsera fuera
exclusivamente un asunto técnico, de virtuosismos o exactitudes, producto de
una matemática exacta y perfecta, las canciones no tendrían texto, el/la
soner@s harían silencio o, mejor aún, la dudosa ecuación sabrosa sería
reproducible y formateable a través de los tiempos. Sólo existirían los Tito
Rodríguez, los Blades, los Ismael Miranda, los Pete el Conde, los Adalberto
Santiago, las Celia Cruz y apenas sabríamos del sabor de Marvin, de Chamaco,
incluso del mismísimo Lavoe. Nombro sus voces, la tesitura de las mismas, no su
noción de clave o ritmo. Hay siempre en estos últimos un dejo, una vibración,
un lamento, cierta cosa gangosa, una ronquerita que remite a una belleza
dañada, negativa, a un cuerpo viscoso
inmoderado y en ocasiones inmodesto.
Hoy
en día, en Puerto Rico, quedan
orquestas emblemáticas que más o menos siguen,
en clave, musicalmente impecables (ups, sorry) afincadísimas y hasta con
refuerzos-tipo-viagra pero apenas tienen algo que decir musical o
discursivamente. Sus
conciertos-homenajes los llenan gente de mi generación o más viejos. Una
propuesta musical “está viva” cuando convoca más allá de su inmediatez y su
caja de resonancia y ejecución no es meramente su clase, su calle o su
feligresía. Esto no niega que estas performances sean apetecidas y celebradas
por grupos o clases que en verdad ni quieren, ni consumen el género o lo
consumen de un modo, otra vez, moral. Es
una tontería (tentadora por cierto) responsabilizar a Rubén Blades o a Juan
Luis Guerra porque los pesepos y los patrioTitos puertorros que jirimiqueaban
con la misa cantada de la nueva trova, de repente descubrieran la salsa, o
“escucharan” en la salsa o el merengue un “mensaje político”.
Habría
que preguntarnos por qué los jóvenes (de la edad de los macabeos para abajo)
provenientes de esas zonas o barrios encargados por la Historia Magna de la
Verdad Caribeña de producir “nuestros verdaderos valores”, al menos en Puerto
Rico, no se sienten interpelados por la salsa. Me parece que el género en manos
de sus Founding Fathers ha cristalizado ya lo
que tenía que decir y ha devenido ese lagrimeo cuadrado y banal de macho
sentidor, homenaje en Tuxedo o inclusive se ha prestado a la re-escritura
bancaria de sus canciones ahora con claros “mensajes cívico-sociales” como hiciera
el enorme El Gran Combo con su codex “Y no hago más ná”. Un género palpita
cuando una comunidad se amarra a ese "deseo juvenil" de empezar otra
vez, cuando una comunidad reinventa su lengua y cree en sus pasiones al
intentar nuevos modos de decir o representar lo que parece urgente o necesario
representar en su presente. Un género está
al día cuando su palabra aspira a decir o hacer algo más allá de las
convenciones y los acuerdos del sentido común. Hoy en día el deterioro y el
desastre técnico (en el registro más amplio del concepto) es una de las marcas
definitorias de la sociabilidad puertorriqueña. La Orquesta El Macabeo es parte
de su soundtrack.