Comentarios a partir del “El efecto Sanders” por Carlos Pabón.
Comentarios a partir del “El efecto Sanders” por Carlos Pabón.
Juan Carlos Quintero-Herencia
Quiero dejar aquí dos o tres cosas. Estoy
de acuerdo con el relato que hace Pabón de las
razones y afectos que mueven a votar por Sanders. Sin embargo, quisiera
subrayar que la insistencia de algunos (entre los que me incluyo) sobre los
significantes morales y autoritarios del discurso político convencional
puertorriqueño no es otro modo más de calificar/descalificar a los sujetos, en
este caso, del vetusto y sectario nacionalismo (en todas sus vertientes)
puertorriqueño. Lo que está en juego para los que insistimos sobre esto es otro
modo de pensar-actuar en la res publica.
Y sobre todo, demostrar que no pueden ayudar “a liberar a su Patria” quienes viven
esclavizados por un dogma y enamorados de sus palabras e imágenes como
preparación para su revelación histórica.
La situación política puertorriqueña,
dígase colonial o no, es inseparable de la actual conformación neoliberal del
capitalismo. La insistencia (crítica) en lo que denomino el dispositivo
moralizante-consensual de la política convencional puertorriqueña no es un
temario, un estilo, una tara o, peor, un modo de ajustar cuentas con
adversarios sino de lidiar con uno de sus nudos anti-políticos y
anti-democráticos. La participación en este dispositivo-ese disponerse a reducir
la política a asuntos de mores
individuales- no es privativa del nacionalismo o del identitarismo
puertorriqueño. Lo importante es que tanto este dispositivo como el triunfo de
la identitarización son parte de la nomenclatura política y económica del
estado actual de cosas. Sin embargo, la “izquierda” en la isla las ha asumido
como parte de su carnet de identidad y como el modo de establecer, consolidar
sus santos lugares y hasta su manera de negociar su minoridad con sus
adversarios: Profilaxis culturalista del cuerpo institucional colapsado del Estado Libre
Asociado.
El carácter obtuso, intransitivo de este “proceder”
habla, me parece, de una cultura política primitiva (Freud) que ya no medita
sobre cómo su resistencia y sus “actividades” forman parte del orden hegemónico
actual (incluido el colonial) en la medida que ocupan un perímetro discursivo,
ejecutan una jugada siempre idéntica a sus convicciones e “ideales”, a veces con
la esperanza de beneficiarse muy realmente de los mismos. El independentismo y
el nacionalismo como fábrica de valores y materias espirituales para la
denegación del fracaso institucional del ELA. La cosa colonial
puertorriqueña ya ha incluido y funcionalizado el aspavienteo nacionalista entre
los modos consensuados de su minoridad perpetua como grasa
afectiva-identitaria.
Si como señala Pabón, el efecto Sanders
ya trabaja en y con subjetividades en las que los modos de identificar y
participar en la política parecen ser otros, ¿pudieron haber reaccionado de
otro modo los grupúsculos nacionalistas-independentistas? Uno desea que fuera
de otra forma pero el otro desea también. La transmisión cultural entre
generaciones firma estos modos de “aparecer” en la historia y parecería que
Sanders es una vuelta de tuerca o un desquicie de esto entre sectores políticos
muy diversos que incluso rebasan (afortunadamente) el patriotismo. Los logros
del efecto Sanders están por verse pero ya Sanders ha cambiado la situación
discursiva e incluso estructural en el partidismo de los Estados Unidos.
Ahora bien, el terreno de las
identificaciones en Puerto Rico supone unas peculiaridades que no escapan de su
historicidad radical. La historia de las identificaciones es inseparable de la
formación ética y política de las “unidades familiares” donde se nos hace
sujetos y es ahí donde comienza, en parte, la transmisión cultural de ciertas
prácticas y principios. Es allí donde se conforman, en sociedad, el ideal del
“yo” que busca su identificación en este caso con el líder carismático. Así cuando
este ideal del “yo” es muy frágil ya que las unidades familiares no han
conocido una ley adecuada (Freud), las identificaciones que se producen no poseen
la suficiente pericia y potencialidad para participar en polémicas, atravesar pulsiones,
choques, en fin confrontar negativividades de todo orden, constitutivas del conflicto
democrático. En otras palabras, estos sujetos al entrar en la arena política
tienen poca “experiencia” o ninguna lidiando con diferendos o complejidades,
pues han confundido torneos, joseos, acomodos cínicos o espectáculos de fuerza
con la vida democrática. Con poca o ninguna práctica discursiva en estos
asuntos, los cuestionamientos que recibe este sujeto de inmediato lo
ofenden, lo humillan y con simplemente proclamar “su no entiendo” como valor en
sí mismo, la crítica recibida se convertirá de inmediato en índice de sospecha,
la exposición de la falta moral del adversario que piensa críticamente. Enamorad@s de sus modos de vivir y pensar su
identidad política y cultural estos sujetos no pueden sino “bendecir” y
“aplaudir” a aquell@s que confirman la bondad indiscutible de su Narciso, de
sus creencias, de sus mores públicos.
Basurear o ningunear a los que no hablan su lengua o practican su fe es la otra
cara del mismo gesto cerril.
Con Sanders parece que nos hallamos ante
una identificación que no pasa por las poses libidinales acostumbradas, pues su
poder mediático no es el de un joven galán, fuerte, apuesto, hipersensual. Los
comediantes le han sentido ya su neurosis, como su sentido del humor. No posee
la oratoria, ni la densidad, ni la tesitura de la voz de Obama, por ejemplo. A pesar
de esto Sanders ya supera porcentualmente a Obama en términos del electorado
joven que lo ha votado.
El reto del sanderismo en y fuera de
Puerto Rico es que esta identificación con el líder facilite un espacio para el
trabajo y el emerger del potencial crítico del ciudadano identificado ya con el
líder o mejor identificado con la actividad democrática post-hegemónica. Que la
identificación carismática pause y cese para que se abra un espacio de
reflexión donde conversar otros modos de vivir políticamente, no meramente el
diseño de un espacio para estratégicamente acceder y consolidar algún poder. Si
la identificación, como toda identificación, es una identificación que no puede
suspender el “consigo mismo y el gozo” que le es consustancial, las relaciones
acríticas, no sólo con el líder sino entre sus seguidores y con la arena
democrática, no cesarán de reproducirse y eventualmente cerrarán no sólo el
“efecto” Sanders, sino la posibilidad de una conformación política diferente.
El independentismo y el nacionalismo
puertorriqueños podrían deponer la creencia de que su liderazgo, sus maestros,
sus “salvadores”, sus modelos y por supuesto sus seguidores tienen que
evidenciar (siempre) que todos comparten la misma materia subjetiva, sobre
todo, identitaria, sedimentada en el Origen perdido de la Historia de la Patria
Puertorriqueña y Olé. Ambos, independentismo y nacionalismo han aceptado que
esa es su gestión institucional, antes y ahora, durante los infamantes años de
la colonia y después, tras el día de la liberación. Ya este gesto exhibe y
exhibirá su naturaleza institucional y un origen subjetivo desacertado (para la
creación de otra y mejor vida en común) en la medida que se obstina quedao en rebascás acríticas, en la
glosa de los códices sacrificiales y esas maneras anti-políticas eminentemente
identitarias. Ninguna soporta el cuestionamiento, pues se niegan a relacionarse
con lo impensado de toda singularidad abierta, sin condiciones, de la libertad y
de un pensamiento otro, u otro tipo de pensamiento para la libertad que hace, que
crea otra temporalidad.
La imposibilidad de someterse a la
crítica que hemos visto y leído en estas semanas por parte de representantes de
estos sectores y la casi instantánea reformulación “yoica”, moralizante del
“efecto Sanders”, reduciendo las ideas y los entusiasmos vinculados al sanderismo a protagonismos imperiales, enajenaciones, “colonialidades”,
“resbalones”, “temblequeras” o “resentimientos atávicos” son retratos de cuerpo
entero de una afasia teórica y política que no merece mayores elaboraciones.
Así no suman ni sumarán nada, sólo “conservan” tal cual el estado de cosas, los
afectos y la verba íntima de su feligresía minoritaria.
Estas formaciones subjetivas,
identitarias arruinan la construcción de otros “yos” políticos en la medida que
funden y confunden el estado de su “yo” político-real con el “yo” de sus
ideales o deseos políticos. Para este sujeto es lo mismo, y lo mismo, la mismidad
es el vacío irreflexivo donde se multiplica lo idéntico. Se trata de un fallo
en la construcción del plural, del singular-plural común que se niega a
pensar(se). Abandonar la tarea de singularización y de reclamos institucionales
cotidianos específicos en aras de la construcción de un sujeto pleno, auroral
que honre por igual a los héroes del pasado, mientras prepara las estatuas de
los fundadores, siempre formateando el credo de los “seguidores”, es seguir
cerrando(se) lo que necesita mantenerse abierto a perpetuidad, la conformación
de una subjetividad (y esto no es solo un sujeto) crítica, pensante que se
niegue a ser manipulada y que fetichice (a la usanza arcaica) sus combinaciones
simbólicas.
El reto o la otra promesa sanderista que
no la de las mayúsculas (que ya va en picada hacia la isla) es la demanda de
una institucionalidad abierta, flexible, el tejido múltiple de redes de
solidaridades (asistenciales) montadas sobre exigencias distributivas justas,
el abrazo hospitalario a la rareza, a la extrañeza, a los otr@s que también son
“nos-otros”, el despliegue de principios y prácticas de justicia distributivas
sin cortapisas y de cara a la maquinaria de desertización social del
capitalismo, así como el reconocimiento de la multiplicidad o de la división de
poderes, institucionales, culturales, comunitarios, nacionales, federales.
En fin, el efecto Sanders podría ser un deponer
el dispositivo moralizante de la política hegemónica puertorriqueña,
liquidarlo, desmontarlo de una vez y por todas para atravesar otro tiempo que
se nos abre ante y en el cuerpo, el tiempo de una política de afectos e
intensidades sin reloj, que no naturalice dicotomías bobas e imponga
supremacismos entre esas afectividades y las dimensiones del pensamiento. La
libertad ¿lógico? (Palmieri). La libertad es primero liberarse de una lógica
enquistada en su ídem. Liberarse del enquistarse subjetivo de una política que
sólo promete espejitos e imágenes votivas. La libertad del pensar, el
pensamiento de la libertad.