Arte-política en Puerto Rico. Comentarios al programa radial Puerto Crítico Episodio 146




Escuché Puerto Crítico ayer mientras conducía con mi hijo. Él guiaba. Me gustó el programa. Pongo esto acá porque me parece abusivo tomarle todo este espacio al muro de Rafael Acevedo en Facebook.

Copio una entrada de Rafa: “¿Por qué no nos ponemos de acuerdo? ¿Por qué no podemos establecer un diálogo con "ellos"? Porque ese intercambio tiene un cierto núcleo traumático que se omite (reprime) pero que, como sabemos, regresa. Entonces nuestro modo de expresión (y hasta nuestra libertad de expresión) es un síntoma. Hay algo que no alcanza a ser revelado del todo en la rebelión, es algo que sigue, de algún modo, oculto, y que nos impide hablar con "ellos" y que nos invita a proferir juicios sobre «nosotros».”

Estas son preguntas difíciles y duras de hacer. Primero voy a lo de “ponernos de acuerdo”, luego paso a lo del “núcleo traumático”. Creo que son situaciones y conceptos distintos que habría que deslindar.
Jacques Rancière define la lógica de la política como una lógica del desacuerdo y de desacuerdos. Podemos sin duda cuestionar esta definición: 

"Los casos de desacuerdo son aquellos en los que la discusión sobre lo que quiere decir constituye la racionalidad misma de la situación de habla. En ellos, los interlocutores entienden y no entienden lo mismo en las mismas palabras. Hay toda clase de motivos para que un X entienda y a la vez no entienda a un Y: porque al mismo tiempo que entiende claramente lo que le dice el otro, no ve el objeto del que el otro le habla; o, aun, porque entiende y debe entender, ve y quiere hacer ver otro objeto bajo la misma palabra, otra razón en el mismo argumento”.

El desacuerdo es lo que podría potenciar el diálogo, no la inconsciente o deliberada búsqueda de consenso operativo. Lidiar con el desacuerdo, dialogarlo implica palpar “la racionalidad misma de la situación del habla” y la situación del habla ética y política puertorriqueña es un tema espinoso, doloroso y urgente ante el cual los enfoques lingüísticos, académicos y hasta literarios de estos días, de forma interesante, no parecen rebasar el gesto de Pedreira. Digo esto sin ironía. En fin que desacuerdo no es impasse, garata, insulto y me voy pal carajo.


Antes de preguntar por los términos del acuerdo por qué no apostar por el desacuerdo. Abandonar también el “marco” como categoría de acción-reflexión presupuesta en las maneras de pensar una conversación o reflexión con "ellos". Enmarcar la conversación desde las certezas de que tú-él tiene(s) una posición y yo otra y en el fondo estamos de acuerdo o podemos pactar, lo que falta es poner-nos de acuerdo y actuar, creo que replica el problema que se quiere afrontar.

También decirlo ya, let's keep it real, en la conversación se ha asumido una concepción romántica del arte, propia del sacudir de conciencias iluminista, en tanto experiencia formativa y transformadora por el mero hecho de exponerse a ella. Puede ser Darío Fo, Ray Barreto o Bach, el arte se aprecia, se consume y se incorpora cuando los problemas de la vida-vida están más o menos resueltos y cuando se tiene el tiempo, las culturas y el cuerpo para experimentarlo. Es un lujo sin valor numérico. Si nos ponemos brechtianos, su teatro épico-político es una combinación sofisticada de la lógica pedagógica que legitimara el marxismo, técnicas de fragmentación, extrañamiento y la yuxtaposición de opuestos que me parecen son específicos al archivo teatral y a la producción de obras de teatro durante los años 1910 y 1920's.

No creo que sea políticamente productivo ese diálogo anhelado como confección de una razón que certificará los modos de actuar concertadamente. En ese sentido no hay que presuponer que en la medida que no dialogamos o no sabemos cómo dialogar, las luchas no prosperan. No somos tan distintos a los demás seres humanos. Hablando la gente se entiende (a veces). Tal vez no hay diálogo por que nadie se esfuerza por escuchar, nadie se escucha asimismo, además de que creo manejamos una concepción cristalizada del hacer-decir político. Alguien puede cruzar la calle, sin formato, sin marco teórico o político y comenzar. Quizás hablen, quizás no. La conflictividad que sugiere Tort es mucho más interesante que la energización moral o artística de ese que resiste o se solidariza con nosotros en medio de la ruina. Creo que en esta complicada y auto-impuesta noción del "acuerdo" seguimos siendo herederos de cierto marxismo al que se le fue la guagua buscando una demanda, un sujeto que aglutinara y orientara todas las demás demandas.

El desacuerdo potenciador de cambios políticos no es un enunciado formal, retórico. El desacuerdo relevante para la democracia (no para la toma del poder) entre “ellos” y “nosotros”, se organiza entre pares en torno a si este argumento o aquella posición pueda contar como tal entre las demandas de los demás. Se participa del diálogo cuando el desacuerdo exhibe, en la conversación política de la comunidad, una parte que antes no se apreciaba y ahora debe ser tomada en cuenta (Rancière). Por ejemplo, la apatía y burla ante los argumentos del "nosotros" es la prueba de que aún ese argumento, denostado, simplificado, incomprendido (como quieran) no ha alcanzado cierta “visibilidad”, puesta en palabra y legitimidad política como para ser abrazada por la reunión democrática. No importa si nos parece una estupenda obra de arte nuestra intervención y si los términos del “rechazo” son incluso ridículos o penosos. Esa es la que hay. La responsabilidad de hacer sensible el daño, de perturbar la escena de lo que se puede decir políticamente es nuestra. Enfilar rasgos heroicos o cobardes o regodearse en la “moronidad” constitutiva del puertorriqueño es el habla moral del sujeto resentido, del derrotado y del supremacista. Esto no niega que existan morones, cómo no, están joscos. Y que nosotros de cuando en vez hagamos nuestra pendejaíta. Pero es que nosotros no estamos exentos de la moronidad. Pues se está en la política a la merced del otro.

¿Se quiere dialogar para concertar, nuclear, alinear (subordinar) los reclamos del campamento de desobediencia civil frente al tribunal federal a los de aquellos que acampaban frente al Departamento de Vivienda  o viceversa?  O ¿se quiere dialogar para escuchar al otro? Ven acá, en plata, quien acampaba frente al Departamento de Vivienda ¿cuán cerca está de un techo, de un hogar hoy o el día de la liberación gloriosa si decide salirse de la fila, no entregar el voucher y unirse a la protesta contra la Junta? ¿Quién sacrifica, quién pone de verdad en juego sus "condiciones materiales de existencia" si apoya los reclamos del otro? ¿Están ambos grupos reclamando lo mismo? ¿Reclaman ante el Estado o ante la comunidad democrática? ¿A quiénes en verdad le dirigimos la palabra cuando pedimos unión? No hay cambio de mensaje separado de la práctica de otros lenguajes, como no hay cambio de propuestas sin transformación del lenguaje.

La política en tanto desacuerdo implica la corrosión de una configuración de lo sensible específica una vez aparece esa parte nueva, ignorada hasta el momento en el agora. ¿Cuán novedoso política y éticamente es este no poder ponernos de acuerdo? Lo novedoso cuando lo es deviene urgente, activa las mayorías, porque la novedad torna sensible un daño padecido en nos-otros, en todos. Allí usted deviene sujeto y comunidad. Enmarcar el deseo de unión o concertación desde la naturalidad del “ellos” o del “nosotros”, o profetizar su eventual unificación no constituye un acontecimiento que desclasifique en este caso el sentido común del accionar político en Puerto Rico. Se está naturalizando una impermeabilidad entre el “ellos” versus el “nosotros” y esto facilita la captura y neutralización de la “resistencia” por los dispositivos de poder y por los saberes dominantes. Quizás este encuadre sea otro dispositivo más que bloquea la posibilidad de crear nuevos agenciamientos o formas de organización individuales o sociales.

Lejos de todas esas figuras que someten lo múltiple al mandato del Uno, este “diálogo” no puede ser un pre-requisito para concertar algo que, me temo, para ser efectivo debe manifestarse en convulsión. Esto es complejo y problemático y aquí lo simplifico mucho. Rancière en su libro En los bordes de lo político (1994) dice que esta convulsión tiene que ver con las “colecciones de individuos siempre diferentes de sí mismos que viven la intermitencia entre el deseo y el desgarramiento de la pasión” (11) Rancière tan tropical él, para representarla usa la metáfora de las olas y las mareas antes que la de la ciudad en tierra firme.

Ahora lo del trauma. En fin, no estoy de acuerdo con decir que no dialogamos, mucho menos no nos ponemos de acuerdo con los demás, porque irremediablemente nuestro “modo de expresión” y hasta nuestra “libertad de expresión” son el irrestricto eterno regreso de ese “núcleo traumático” oculto a pesar de su revelación en la performance rebelde, militante. ¿Quién o qué omite? ¿Cómo se produce la represión? ¿Es el intercambio comunicativo o es el sujeto quien la padece? ¿O es este otro disfraz para lo colonial maligno? Si "eso" regresa y produce la misma sintomatología es porque no se lo ha trabajado. Y tal vez 
el trauma nunca desaparezca del todo. ¿Cuánto en verdad sabemos de su regresar? No soy experto en psicoanálisis. Lo leo con interés y vivo con una psicoanalista que constantemente me muestra, en la medida de lo posible, las diferencias entre la experiencia teórica y la práctica psicoanalítica. En lo concerniente al trauma se trata de poder vivir con y a pesar de él, no de aspirar a conjurarlo de una vez y por todas. A veces sucede, a veces no. De nuevo, se está asumiendo que los signos de rebeldía son legibles, identificables y potencialmente transformadores para todos y que el trauma “común” sería esa imposibilidad expresiva atada a la voluntad de un sujeto que contribuye o desea sumarse a la lucha. Además, si no podemos evitar “juzgarlos o juzgarnos”, no estamos escuchando(nos), mucho menos dialogando. El síntoma es el nosotros y el arte no se cansa aún de exhibirlos.

No confundiría la urgente necesidad que tenemos de ser escuchados y entrar en transferencia (con un o una analista) para lidiar con nuestro dolor o sufrimiento con las batallas de la arena política o con las categorías del derecho. Las topologías del psicoanálisis (Freud, Lacan) valiosísimas para el análisis cultural, filosófico y político tienen como horizonte de sentido indiscutible la escena de la clínica. Y allí, la singularidad histórica, radical de cada sujeto no es generalizable, ni facilita equivalencias en coyunturas epocales. 
 Me cuidaría que trasplantarlas a lo rajatabla o pasarlas por el agua ralita del sentido común o del historicismo. La cura no es una curita, ni una pastilla, ni un quick fix, ni tan siquiera está garantizada como resultado, por eso el psicoanálisis y su dificultad son resistidos across the board por el establishment médico y más de un ser querido.

En fin, que no hay retóricas o técnicas comunicativas adecuadas, consensuadas de antemano y en su ausencia, apostar por Una demanda, Un Líder, Una Lucha con la que tarde o temprano habría que identificarse es tratar de negar la herida subjetiva. No digo que esto se dijera así en el programa. Este ponernos de acuerdo sin contenido ético y político específico es una suerte de regreso, diría Freud, a la horda primitiva de hermanos donde el sujeto cede su agencia a una Causa históricamente encarnada en una Figura carismática.  «Nuestro» afán por encontrar ese eje, centro o punto que coordine todo es quizás una necesidad de «sentido», de «norte», de «liderazgo», de nuevo Amo político donde hablan no pocos asuntos estructurales de nuestra psique. Esto es algo distinto, al menos no es equivalente a buscar ayuda y escucha en la experiencia psicoanalítica. Sin embargo, creo que opera todavía en esa necesidad el Uno de la epifanía política, una estructura que todavía no imagina o piensa fuera de su conformación narcisista.   

Hay un fallo en la construcción del singular de todos, así que en vez de transferirle a la acción concertada del Grupo el deseo de llenar este roto o subsanarlo (negarlo) con algun acuerdo, de lo que se trataría, al menos como yo lo veo, es de no aspirar a rellenarlo. De asomarse a esta herida irrefragable y ver su poderosa operatividad en un presente neoliberal que ha instrumentalizado “la desaparición del No” “en las nuevas condiciones técnicas de la vida” (Villacañas). En la conversación alguien tendrá que perder, avergonzarse, criticar y criticarse, admitir el error o el no saber de sus creencias y de su proceder, hacer silencio. Desconocer la función subjetiva del No, del límite, obstruye la posibilidad de instancias éticas y políticas capaces (sin platonizar la cosa) que nos acerquen a una mejor vida. Esta desaparición del No es un banquete para la sociedad neoliberal en tanto dicha sociedad “invierte” (incluida palabras o atención) solo en aquello que genere beneficios monetarios. Esta subjetividad que desconoce el No se reproduce irrestricta en nuestros días aún en la izquierda.

En fin, quizás se traté de evitar “perfeccionar” los modos de concertación del diálogo. Para vencer la apatía o el dogmatismo es importante abandonar cierto gesto antiguo y vidrioso (no se me ocurren otros adjetivos) al momento de definir el nosotros, la nación, el pueblo, la comunidad. En este sentido estoy de acuerdo con Rafa en la necesidad de producir más arte y pensamiento en estos días, pero esto debe ser acompañado de un proceso de transformación y crítica de las condiciones de legibilidad, comprensión y discusión de ese arte y esto es una práctica institucional desatendida, socavada y hambreada por el orden institucional actual. El arte tampoco es un ejercicio preparatorio, momento de calistenias de la palabra o del signo estético antes de la insurrección. En lo personal, incluso, no creo que arte y política constituyan una relación entre campos decantados. Pero esos son pendejaces mías. Más que tomar el edificio o el Poder, reclamar, apropiarse la institución, usarlas (educativas, de salud, culturales, económicas, la que sea) abrirlas, flexibilizarlas demostrando que se las sabe manejar, estabilizar, criticar, autocriticar y ponerlas al servicio eficaz de la reparación de daños y necesidades de todos.

Construir tal vez en medio de la batalla de los bandos, una operatividad institucional justa y eficaz que demuestre la “falsedad política” de la dicotomía bipolar es también lo que fantasea mi mirada en la pantalla. Dialogar es un proceso indiferenciado de toda institucionalidad pública, republicana, solidaria (y la institución no es el edificio que en ocasiones las alberga o el protocolo que las fetichiza); que los espacios de conversación y deliberación no estén sometidos a las agendas de los partidos, de los grupúsculos, de las feligresías, de los discursos y de las lenguas ideologizadas o nacionalizadas hasta la postración intelectual.

La mar de ocasiones las buenas intenciones son inconscientes de los dogmas, sentidos patrimoniales, revoluces discursivos y rigideces que se interponen ante nuestro deseo de felicidad y libertad y sobre todo entre “nosotros” y “ellos”. No hay manera de lidiar con esto si no nos exponemos a la palabra y crítica del otro, como tampoco habrá garantías. Como dijera al final del programa Miguel: “no pueden ser las mismas audiencias de siempre”. Podríamos dejar de hablar con los mismos, en los mismos sitios, de la misma manera, siempre-entre-nos-otros.

Un abrazo a todos.

Textos citados
Rancière, Jacques. El desacuerdo: política y filosofía. Buenos Aires: Nueva Visión, 1996.

---. En los bordes de lo político. Santiago de Chile: Editorial Universitaria, 1994.

Villacañas, José Luis. Populismo. Madrid: La Huerta Grande, 2015.

7 de julio de 2016
Silver Spring, Maryland

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